(José María Arnaiz– Ex Secretario General de la Unión de Superiores Generales)
“Urgen hombres y mujeres que: escuchen más; tengan miedo al individualismo en el pensar, sentir y proceder; sepan colaborar y busquen el rostro de Dios por la vía del amor y el servicio; tengan una actitud filial y fraterna; dejen resonar en sus vidas la palabra de Dios; acierten a reconocer la voluntad de Dios a través de mediaciones externas…”
Hace días charlaba con un jesuita y me decía: “Después de los 70 lo mejor que se puede hacer para no equivocarse mucho es obedecer”. Y le pregunté: “¿Y antes de los 70?”. “Obedecer”, respondió.
Al regresar a casa me encontré con el nuevo documento vaticano sobre El servicio de la autoridad y la obediencia. Me hizo mucho bien su lectura. Es, sobre todo, una necesaria relectura del consejo evangélico de la obediencia y del ejercicio de la autoridad en este tiempo de cambios en la teología de la vida religiosa, de la cultura y de las relaciones humanas. Por supuesto, llama a los religiosos a que no nos engañemos y sin querer queriendo llevemos una vida autosuficiente e individualista. Recuerda que el ejercicio de la autoridad es un arte; la obediencia que nos introduce en la escuela del servicio, un don. Servidor es el que manda y servidor el que obedece. En el documento no hay reproches, sino desafíos. Se hace un real esfuerzo para expresar con lenguaje actualizado lo que se quiere decir. Y no se ha escrito para hacer buena letra, sino para que no falte un buen ejercicio de autoridad y obediencia. Urgen hombres y mujeres que: escuchen más; tengan miedo al individualismo en el pensar, sentir y proceder; sepan colaborar y busquen el rostro de Dios por la vía del amor y el servicio; tengan una actitud filial y fraterna; dejen resonar en sus vidas la palabra de Dios; acierten a reconocer la voluntad de Dios a través de mediaciones externas; se ejerciten en la obediencia en el cotidiano vivir; hagan comunión; asuman responsabilidades y las cumplan; afronten las diversidades en espíritu de comunión; tengan un corazón misericordioso; creen climas de diálogo, participación y responsabilidad; acierten a descubrir que el primero es el que sirve; que viven y mueren diciendo: amén.