GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
Estamos en el mes de mayo, mes que la piedad popular ha dedicado, de un modo especial, a la Madre de Dios. Son muchas las formas de devoción con las que el pueblo cristiano muestra su amor filial por la Mujer que nos dio al Salvador. Cada uno, públicamente, o en el silencio de su corazón, mira a María y experimenta el gozo de ser hijo de tal Madre. El encuentro de un hijo con su madre es siempre fuente de consuelo y esperanza y llena el corazón de la auténtica alegría. Por eso, en una de las letanías del Rosario nombramos a la Virgen como Causa de nuestra alegría.
Meditando en este rasgo de la Virgen, podemos preguntarnos sobre cuál es verdaderamente la causa de nuestra alegría; o, por qué dejamos que anide en nuestro corazón la tristeza cuando tenemos motivos para estar alegres. María es causa de nuestra alegría porque nos da al Señor. Pero podemos seguir preguntándonos: ¿Y cuál es la alegría de María? La respuesta es: Jesús es la alegría de María.
María siente el gozo de la elección de Dios. Ella, que es humilde, acoge en su seno al Hijo Eterno del Padre. La humildad la hace alegrarse en Jesús. Y la fe del que confía en que con Dios nada puede faltar, la hace obediente para decir que Sí. La fe la inunda de la alegría del que lleva a Dios consigo. María se pone en camino para ayudar a Isabel, su prima, y experimenta el gozo de los que salen de sí para encontrarse con los demás en las sendas del servicio generoso. Y en lo oculto de la vida de Nazaret experimenta la alegría de vivir con el Señor. Hasta en la cruz vive la alegría del seguimiento, que es ir con Jesús a donde Él quiera llevarte. La resurrección es la explosión de la alegría de los que esperaron contra toda esperanza.
Que Jesús, alegría de María, sea también la nuestra.
En el nº 2.988 de Vida Nueva