SÁBADO 21. A vueltas con la misión compartida. Tiene puntos de partida. Pero, ¿y puntos de llegada? No está asfaltada la carretera. Pero sí proyectado el horizonte. Resulta complicado establecer qué aportará cada cual, religioso o laico, si no es desde una decisión libre, sino es desde un convencimiento personal de un carisma regalado que se quiere propagar. Solo desde el acompañamiento mutuo. Y de celebrar la vida.
LUNES 23. Roma. Francisco no es amigo de grandes consejeros. Porque es solitario a la hora de tomar decisiones. Porque las zancadillas que han querido ponerle, exigen que el círculo de confianza sea reducido. Me preocupa que se pueda quedar solo. Pero alguien me frena en la sospecha. “Tiene el mejor apoyo que se puede tener aquí dentro: tiene a Benedicto XVI”. Respiro. Habrá que mirar la reforma de la Curia con algo menos de tensión. Y más humor. Como el que tenía Roncalli. “Santo Padre, ¿y cuántos dice que trabajan en el Vaticano?”. “Espero que la mitad…”.
MARTES 24. Me encuentro con el obispo de Terrassa. Está ilusionado. Viene a entregarle al Papa un libro conmemorativo de un concurso bíblico que la diócesis organiza desde hace 30 años. Han pasado de 300 participantes a más de 60.000. “Es un pequeño milagro que participen tantos muchachos con los pocos medios que tenemos y los regalos que damos”, bromea. Me preocupa que la buena voluntad de Saiz Meneses de promover iniciativas de pastoral infantil la aprovechen otros con fines distintos y aterricen en Roma con el debate soberanista bajo el brazo.
MIÉRCOLES 25. Cuando saltó el tema del diaconado femenino, alguien me dijo que nada mejor que crear una comisión vaticana para dejarlo morir. Ellas no están dispuestas. Y ya tienen el listado de las que deberían formar parte de ese comité. Así pues, lejos de que sea un asunto guisado y cocinado por hombres que reflexionan sobre mujeres, las religiosas quieren aportar ese genio femenino. De hecho y de derecho.
jose.beltran@ppc-editorial.com
En el nº 2.990 de Vida Nueva
