DOLORES ALEIXANDRE, RSCJ | Biblista
Tantos años leyendo el texto en que Lucas cuenta la Ascensión de Jesús y solo ahora caigo en la cuenta de su insistencia en el tema del bendecir de Jesús: “Alzando las manos los bendijo y mientras los bendecía, se separó de ellos…” (Lc 24 50). Si en vez de mirar el hacer de Jesús nos fijamos en su decir y hacemos una traducción pura y dura del verbo eu-logeo (eu=bien, logeo=decir), nos espera la sorpresa de que Jesús se marcha diciendo cosas buenas de sus discípulos, dejando un “informe final” sobre ellos claramente positivo.
Es como si antes de irse hubiera estado redactando su evaluación para dar cuenta de ella al Padre y, para alivio nuestro, resulta satisfactoria y elogiosa: somos buena gente, con cosas a mejorar por supuesto, pero en conjunto, majos. Así que tranquilos: le hemos caído bien y se lleva apuntadas un montón de cosas buenas nuestras para contárselas al Padre. El evangelio está poniendo el broche de oro al notición de Belén, aquello de “Paz en la tierra a la gente de buena voluntad”.
Y esa “buena voluntad” (eudokía=bien parecer) no es cosa nuestra, es algo que Dios tiene dentro y por eso no puede evitar que le caigamos en gracia, independientemente de que seamos buenos, malos o regulares; o tan torpes y cerriles como fueron los discípulos. El anuncio es tan asombroso que aún no hemos terminado de asimilarlo y por eso tenemos que escucharlo otra vez al final del evangelio, a ver si conseguimos entenderlo. Y creérnoslo. Y espantar nuestros temores. Y ensanchar nuestro corazón. Y respirar a gusto.
Vamos ahora a mirar el gesto de las manos de Jesús: espero no faltar al respeto a nadie si actualizo el clásico gesto de bendición por este otro, al que nos tienen acostumbrados las redes sociales:
Así se despide Jesús de nosotros: me gustáis, podéis contar con mi Espíritu, la alegría que yo os doy no os la puede quitar nadie.
En el nº 2.991 de Vida Nueva