La reunión se celebró a puerta cerrada, en Roma, porque muchas de las monjas y religiosos participantes correrían peligro si trascendiera lo que están haciendo. Es muy peligroso tratar de defender a las mujeres en países que viven una guerra civil. Un capuchino congoleño hablaba de que en un solo día, en su región, podían ser violadas hasta 300 mujeres. Es una realidad terrible, de la que poco se habla. Y menos aún se suele escuchar a alguien que intente remediar esta tragedia.
La baronesa Anelay de St Johns, ministra británica de Exteriores, presidió esta cita organizada por el embajador de España ante la Santa Sede con la ayuda del Pontificio Consejo Justicia y Paz. Ella afirmó que solo con la suma de esfuerzos pueden obtenerse resultados tangibles, y que no basta con ayudar a las víctimas, sino que urge trabajar para transformar el contexto cultural en que viven, donde la violencia se oculta y se insta a las mujeres a guardar silencio.
Pero, sobre todo, hay que luchar contra la impunidad que protege casi siempre a los violadores, nunca castigados por sus crímenes. Esta impunidad no hace sino alentar a que se repitan las agresiones. Por eso la ministra ha impulsado un protocolo, firmado por 140 países, con instrucciones detalladas para investigar y proteger a los testigos y a las mujeres que están dispuestas a denunciar, pero también para respaldar a los abogados y jueces para afrontar un problema para el que no estaban preparados. El castigo a los culpables da a las mujeres la fuerza para seguir adelante y no sentir culpa.
Es una tarea compleja de transformación cultural para dejar claro, especialmente a las mujeres, una realidad innegable: son personas dignas de respeto y, aunque han sido sometidas, tienen derecho a participar en la vida de la comunidad, a vivir en su país y con sus familias.
En el encuentro se narraron experiencias valientes y vidas heroicas, ofreciendo una imagen de la Iglesia diferente a lo que estamos acostumbrados: dispuesta a hacer cualquier cosa para defender a los de abajo, capaz de cambiar el mundo. A esta Iglesia, Anelay pidió su colaboración. La tendrá.
En el nº 2.992 de Vida Nueva