La mujer estaba allí, a la entrada de la sala, aunque la vista resbalaba por su uniforme azul marino para pasar directamente a las butacas rojas y a las sillas de plástico gris, dispuestas en el último instante pensando en una mayor afluencia de público a la presentación de un libro sobre comunicación e Iglesia.
Era alta y fuerte, seria y distante, como se pudo comprobar durante los canapés posteriores, cuando empezó a urgir a los remolones a desalojar el local, que había un horario de cierre y parte de su trabajo era que se cumpliese. El ambiente había sido distendido hasta entonces. La presentación había ido muy bien. El autor, exportavoz del hoy papa Francisco, había encandilado con su naturalidad. Con él, el secreto de la comunicación entre la Iglesia y la sociedad no parecía estar encriptado, como sucede con frecuencia. No había, según él, más secreto que la escucha, y ponía al Papa de ejemplo.
Si hoy los gurús de la comunicación hacen seminarios para enseñar a conectar con la gente como lo hace Bergoglio es porque, según Jorge Oesterheld, el jesuita había escuchado mucho y a muchos en Buenos Aires. No se trata, como recuerda en No basta con un clic (PPC), de buscar palabras más o menos adecuadas para una Iglesia que tiene 2.000 años, sino que la Iglesia hace 2.000 años que tiene un lenguaje, el Evangelio.
La gente iba desalojando, con la ujier como un mastín desplazándose hasta los últimos focos de resistencia. El autor despidió uno a uno a los asistentes. Antes de salir él mismo por la puerta, se volvió sonriente hacia la mujer. Puso sus manos en los antebrazos de ella y le dijo: “Gracias. Sin usted, este acto no hubiera sido posible”. ¡Reconocía su papel! Se derritió la seriedad y hubiese jurado que la mujer, sorprendida, se elevaba un palmo del suelo.
En el nº 2.993 de Vida Nueva