Un libro de André-Jean Festugière (San Esteban) La recensión es de Martín Gelabert Ballester
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Título: La santidad
Autor: André-Jean Festugière
Editorial: San Esteban
Ciudad: Salamanca, 2016
Páginas: 121
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MARTÍN GELABERT BALLESTER | A pesar de la distancia entre su fecha de publicación (1949) y la de su traducción al castellano (2016), este libro sigue conservando su interés y su originalidad. El tratamiento que ofrece de un tema tan importante como la santidad sorprende por su carácter poco habitual. De ahí que podríamos afirmar que el título –La santidad– es, a la vez, engañoso y adecuado.
Engañoso para los que, detrás de un título así, buscan una serie de reflexiones piadosas o espirituales. Y adecuado porque, efectivamente, el contenido del libro responde bien a su título. Se trata de un estudio serio, y por momentos técnico, sobre algo propio de lo humano, no reservado al cristianismo, ni siquiera al judaísmo, sino compartido por todas las religiones, aunque comprendido de muy distintas maneras, a saber, la relación que hay entre lo sagrado y lo profano, y, en definitiva, entre lo terreno y lo divino y, más concretamente, entre Dios y el ser humano.
André-Jean Festugière se pregunta por la relación y diferencia entre Grecia y el cristianismo en la comprensión de la santidad. La conclusión a la que llega es que en el cristianismo esta idea no depende de la concepción helenista, sino que tiene su origen en el judaísmo. Para los autores griegos, la santidad designa espacios o lugares de culto separados, a los que solo se puede acceder mediante una purificación previa. El judaísmo y el cristianismo aplican el término a las personas. Las personas son santas en función de su relación con Yahvé o, cristianamente hablando, en función de su relación con Cristo, que infunde su Espíritu Santo en lo más profundo de la persona y la transforma. De ahí se deriva un estilo de vida, que podemos resumir con el término agapé, amor. Por eso, para la Iglesia, el santo se mide más por sus virtudes, vividas en grado heroico, que por las grandes obras exteriores, como los milagros.
El detallado análisis de los textos griegos sobre la santidad, el héroe o el sabio, que serían los equivalentes de la santidad cristiana, denotan una continuidad entre la sabiduría divina y la sabiduría humana, entre la sabiduría bíblica y la sabiduría de la humanidad. El conocedor de la Biblia encontrará en algunos de estos textos griegos semejanzas sorprendentes con los escritos de la revelación judeo-cristiana: lo mismo que los que siguen al Cordero con blancas vestiduras, según el Apocalipsis, también el “magnánimo”, el noble griego, afronta el peligro por una gran causa, porque no juzga que la vida sea un bien tan grande que sea preciso vivir a cualquier precio.
¿En qué se distingue, pues, el heroísmo del sabio y el del santo? Del sabio al santo no hay oposición; la revelación no condena las virtudes naturales; más bien, las lleva a su plena realización. Más aún, el Dios del sabio y el Dios del santo, el de Platón y el de Moisés, el de Sócrates y el de Jesús, son el mismo Dios, aunque el de Jesús revela dimensiones insospechadas para la razón. Sin pretenderlo, este libro tiende puentes entre el cristianismo y la cultura.
Publicado en el número 3.007 de Vida Nueva. Ver sumario