JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Periodista
“Solamente espíritus de vista muy corta o muy cansada pueden definir la naturaleza del Domund exclusivamente por su aspecto material o económico muy importante, pero secundario. Lo que el Domund da al pueblo cristiano es mucho más que lo que el pueblo cristiano da al Domund” (VN, nº 545, 22 de octubre de 1966). Así definía Javier María Echenique, presbítero e incansable trabajador para las Obras Misionales Pontificias, la Jornada Mundial de las Misiones.
El Domund había llegado a ser más que una hucha, desde que en 1926 Pío XI institucionalizase una jornada presente en España algo antes del inicio de la Guerra Civil. Echenique explica el salto cualitativo que supuso esta campaña para la progresiva modernización de la Iglesia, “superando y perfeccionando los sectores reducidos y los marcos estrechos de sacristía”.
Porque una campaña a favor de la Iglesia misionera, que comenzó a difundirse por medio de folletos, generó un dilatado despliegue publicitario lanzando un cartel a todo color, anuncios en la radio y spots televisivos y cinematográficos. Además, muchas de las ideas innovadoras en el campo catequético y pastoral de los años 60 habían tenido su punto de arranque en los materiales diseñados para las jornadas.
Este año, el Domund nos invita a salir de nuestras tierras, ya que, como me indicó recientemente un adolescente, “la pereza y el confort son el peor donativo que podemos aportar”.
Publicado en el número 3.008 de Vida Nueva. Ver sumario
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