No deberíamos dejar en paz el suelo

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

Bien que lamento estar de acuerdo con José María Blanco Crespo, alias Blanco White, y  ciertos popes, aves del nuevo gay-trinar, al uso machadiano, que, alentados por Juan Goytisolo, lo exhiben como paradigma de disidencia eclesial. Decía este inquieto e inquietante sevillano, ex católico, ex sacerdote, ex anglicano y ex periodista, exiliado en las tierras sajonas de sus ancestros: “Los que tenéis raíces en el Cielo, nunca podéis dejar en paz el suelo”. Por supuesto que no, querido ex canónigo de Sevilla, modelo de tolerancia; por supuesto que no. No podemos dejar en paz el suelo porque en él sigue habiendo trampas que lo domeñan y botas que lo pisan, lo invaden y lo ultrajan. No podemos olvidarlo; queremos darle un sentido y colaborar con quienes, con limpieza de corazón, también lo intentan. Errores los hay como bien tú denunciaste en las páginas de El Español. No podemos dejar en paz el suelo porque también nos incumbe a nosotros. Es el cielo el que nos mueve a no olvidarnos del suelo y a trabajar para roturarlo y abrirlo a la semilla que traiga caminos de fraternidad. Así de sencillo, aunque pese a quienes se creen con la patente de dar al mundo el sentido único de su propia miopía. A los cristianos nos lo recuerda el arranque de la Gaudium et Spes y a quienes gusten de los clásicos, se lo digo con palabras de Terencio: ‘Nada humano me es ajeno’. Y esto viene a cuento de ese estribillo, ya tan cansino, del coro de laicistas redomados que espigan frases de personajes históricos que mucho rezaron al cielo, poco se ocuparon del suelo y sólo creyeron en el horizonte de su biografía. ¿Un mecanismo de proyección? No encuentro otra explicación a tanta monserga excluyente.

Publicado en el nº 2.618 de Vida Nueva (Del 21 al 27 de junio de 2008).

 

 

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