CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
¡Qué sorpresa! Muy de mañana fueron a ver el sepulcro en el que habían depositado el cuerpo muerto de Cristo. Sorprendente. El cadáver no estaba allí. No acertamos a comprender por qué tanto asombro. El Señor se lo había repetido una y otra vez: al tercer día resucitaría de entre los muertos. Por lo tanto, la extrañeza estaría justificada si hubieran encontrado el cuerpo de Cristo en el sepulcro.
La tumba vacía puede ser confirmación de la palabra empeñada, pero no la razón de la creencia. Lo que asegura la fe es la adhesión plena a lo que Dios ha dicho de sí mismo. No se debe, por tanto, confundir la voz y la Palabra, el signo del sacramento, el predicador del mensaje evangélico. La Palabra es luz para el camino y lámpara para ver la huella que ha dejado el Señor a su paso por esta tierra. Pero no son tanto las pisadas las que ayudan a creer, siendo el anuncio de un tiempo nuevo el que comienza con la Resurrección: Cristo vive y está con nosotros. Sin esta proclamación pascual, todo lo demás no tendría justificación ni engendraría esperanza alguna.
El camino de la fe no pasa por la verificación que pueden ofrecer los sentidos, sino por la confianza plena en la verdad que saliera de los labios de Jesucristo. Muchos y sorprendentes fueron los milagros que realizara el Señor: multiplicación del pan, curación del ciego, vuelta a la vida de los muertos… Pero solamente recibieron el anuncio de que Cristo era el pan de vida, la luz del mundo y la vida para siempre aquellos que confesaron –y siguieron– que entre ellos estaba el Mesías prometido.
Es necesario el conocimiento de la Palabra y escrudiñar las Escrituras, pero no basta. Si la Palabra es alimento, habrá que recordar las palabras del profeta Jeremías: “Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (Jr 15,16). Hay que asumir y digerir, alimentarse con la Palabra. Y hacerla vida en un comportamiento acorde con la doctrina que se ha recibido.
El justo vive de la fe, lo cual no quiere decir que no ayuden los signos que llegan a los sentidos, especialmente aquellos que provienen de una conducta religiosa y moral coherente con el Evangelio de Cristo. Pero sin olvidar, en momento alguno, que lo que aportan los sentidos puede ser la voz, pero que solamente Cristo es la Palabra.
Publicado en el número 3.011 de Vida Nueva. Ver sumario