(Lucía Ramón Carbonell– Profesora de la Cátedra de las Tres Religiones de la Universidad de Valencia)
“En los próximos días -60 desde junio de 2008-, una decisión a favor de los arroceros supondría un precedente que pondría en cuestión todos los derechos indígenas conquistados en décadas”
En esta Babel de vallas y fronteras en la que es posible patentar la vida y traficar impunemente con seres humanos, en esta jungla de asfalto en que nuestro modelo de desarrollo occidental está convirtiendo el mundo, los pueblos indígenas son mucho más que un fósil viviente o un inconveniente para el progreso económico. Son la última frontera ética. No sólo son depositarios de una sabiduría milenaria que puede enseñarnos todavía que es posible otra forma entrañable y no depredadora de relacionarse con la realidad. También porque su lucha por el derecho sobre la tierra es hoy la única garantía de que ésta no sea arrasada por el progreso.
Y esta frontera, cotidianamente vulnerada, está a punto de ser derribada en la Amazonía, en Raposa Serra do Sol. Después de más de treinta años de lucha no violenta activa, con más de 21 líderes asesinados, en abril de 2005 los indígenas de Brasil lograron que el Estado les reconociera el uso exclusivo de las tierras habitadas por ellos. Pero después de tres años de violencia por parte de los arroceros, con la connivencia de los políticos locales, el Supremo Tribunal Federal ha acogido un recurso del Estado de Roraima contra la homologación y registro de las tierras a favor de los indios. Hay mucho en juego. En los próximos días -60 desde junio de 2008-, una decisión a favor de los arroceros supondría un precedente que pondría en cuestión todos los derechos indígenas conquistados en décadas. Esta batalla también es nuestra, y el primer paso es informarse: www.cimi.org.br y www.redanchieta.org/article.php3?id_article=300/