CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Siracida, el de la Biblia, estaba confundido. Notaba a su alrededor un fuego que él no había encendido. A Jeremías, el profeta, le quemaba hasta las entrañas el fuego del amor de Dios. Si os encontráis con un sacerdote, no le preguntéis por la razón última de su vocación. No la sabe. Se ofrecerán motivos y circunstancias, pero nada más. Porque la vocación lleva consigo el fuego de una llamada que no sabe uno de dónde viene, pero que genera ansias de buscar a Dios y servir a los demás.
En estos días, según costumbre, se habla del Seminario, de aquel donde se forman quienes se proponen estar “cerca de Dios y de los hermanos”, y que no exhiben otra credencial para ello que el deseo de querer dejarse quemar por el amor de Dios en una entrega incondicional y generosa al ministerio evangelizador de la Iglesia.
El sacerdote es este servidor que ha escuchado y ha seguido la invitación de Jesucristo. Si como hombre está sujeto a la debilidad y al pecado, con la vocación y la gracia de Dios puede realizar ese maravilloso ministerio de estar siempre en favor de los hombres, en lo que se refiere a Dios, y prolongar la presencia del Señor entre nosotros con el ministerio de la palabra y de los sacramentos.
La vocación y el sacerdocio son un regalo, un favor que Dios libremente otorga a quien él quiere. Pero no cabe la menor duda de que son muchos los jóvenes que escuchan esta voz y sienten el deseo de seguir a Cristo. Después vienen todas esas dudas e inconvenientes que va poniendo el miedo al riesgo, la debilidad o la pereza. Si Jesucristo es el que llama, porque te necesita, Él será también tu valedor y tu fuerza para dar a conocer con valentía el Evangelio.
Sin duda alguna, la escasez de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada es uno de los grandes problemas y preocupaciones de la Iglesia. El interés por las vocaciones es una de las más claras señales del amor a la Iglesia. Una parroquia, una comunidad cristiana, sin preocuparse en la promoción de vocaciones, sería algo parasitario, que se aprovecha del trabajo que otros realizan, sin aportar, cuando menos, su oración y positivo interés por una necesidad tan grande en la Iglesia como es la de las vocaciones sacerdotales.
Publicado en el número 3.027 de Vida Nueva. Ver sumario