CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
¿Sabe usted cuántos huérfanos de padres vivos hay en el mundo? ¿Y de los padres que han perdido a sus hijos sin que estos hijos hayan muerto? Comunidad de vida y de amor es la familia. ¿Y la violencia de género, las separaciones y los divorcios, los abortos, los sufrimientos de todo tipo?
Y la familia sigue siendo fuente inagotable de las mejores lecciones y de unos valores imperecederos: amor, sacrificio, lealtad, reconciliación, generosidad, fidelidad… Es inevitable preguntar por las causas y razones que expliquen la incoherencia entre la realidad esencial de la familia y todas esas situaciones de tanto sufrimiento, y ajenas a una comunidad de vida y de amor.
Puede ser que todavía no ha llegado a esa comunidad familiar Alguien imprescindible. Quizás no haya venido porque nadie le llama. También que se presentara y lo echaran. No se le tiene en cuenta. Incluso puede resultar molesto porque araña un poco la conciencia de responsabilidad. El uno menos es Dios.
Los padres tendrán que hablarle a Dios de los hijos. Es la oración de los padres. Unas veces será de alabanza, otras de súplica. Siempre de acción de gracias, pues la Escritura recuerda que los hijos son una de las mayores bendiciones que Dios puede conceder.
Y hablar de Dios a los hijos. Es la educación en la fe. Que la referencia a Dios, en las palabras y en los comportamientos, sea tan frecuente y ordinaria que el hijo vaya creciendo en la seguridad de la presencia providente de Dios. Las obras, conducta y testimonio, serán una catequesis constante y viva que hará brillar la verdad de la fe y que moverá hacia la identificación con aquel de quien se recibe el ejemplo.
Esta educación en la fe tendrá que llevarse a cabo como un diálogo con la vida, a nivel personal y social, desde la misma fe. Ser creyente implica estar junto a Dios en todos los momentos de la vida y ser coherente con las promesas bautismales. Educar para que se pueda elegir lo mejor. Aconsejar, para que el discernimiento sea adecuado. Pero es el hijo, adulto, el que tiene que elegir libre y conscientemente.
Dios no puede faltar allí donde está la familia. Si la familia es una comunidad de vida y de amor, Dios es el Amor imprescindible. De lo contrario, sería una familia con Uno menos.
Publicado en el número 3.028 de Vida Nueva. Ver sumario