Un mártir anónimo

Guillermo Céspedes Siabato, 30 años después

NUESTROS MÁRTIRES

Guillermo-Céspedes

El 28 de febrero de 1985 fue jueves. En la cancha de la escuela del caserío Rionegro, en el municipio de Corinto, Cauca, un grupo de jóvenes, entre ellos algunos profesores, jugaban fútbol. Un comando del Ejército Nacional rodeó el lugar y abrió fuego. Cinco personas fueron asesinadas. Los militares intentaron vestir los cuerpos con camuflados, pero la gente del corregimiento se los impidió. Guillermo Céspedes Siabato, maestro rural, fue enterrado como NN. Acababa de cumplir 29 años.

Guillermo nació el 28 de enero de 1954, en las faldas del volcán Machín, en la población tolimense de Toche. Desde niño conoció la violencia: la región en que vivía era paso por donde bajaban a los campesinos asesinados en esa zona; en parte, como consecuencia de ella, su infancia fue itinerante. Su familia vivió en Santandercito (Cundinamarca) y, más tarde, cuando Guillermo tenía once años, se trasladó a Cali. Pocos meses después de llegar a la capital del Valle, Guillermo ingresó al seminario de Fusagasugá, para cursar allí el bachillerato. Comenzaron los años de la confrontación; de experimentar que se abrían ante sí dos maneras de vivir el cristianismo, una ceñida a las formas heredadas y otra vinculada a la ebullición de una época, a la urgencia por un cambio social inaplazable. 

Espadas y arados

En Cali, terminado el bachillerato, Guillermo inició estudios de literatura en la Universidad del Valle. Su propensión hacia la lectura había comenzado muchos años atrás, cuando, todavía pequeño, junto a su hermana María Helena se sumergía en las páginas de Los miserables, de Los tres mosqueteros y de otros libros que hacían parte de la biblioteca personal de su papá. Con el tiempo, fue creciendo en él una profunda vocación de escritor. Al morir, Guillermo dejó escritas cientos de páginas en borrador; “todo papel que le llegaba a sus manos le era poco para plasmar allí sus vivencias y sus pensamientos”. Las palabras son de Carmiña Navia, gran amiga suya. 

Durante varios años Guillermo militó en Cristianos por el socialismo, una red de personas comprometidas con esfuerzos de transformación social a partir de sus opciones de fe. Más que el pensamiento de Camilo Torres, que el ejemplo de monseñor Romero o que el proceso que tenía lugar en Centroamérica, lo que en realidad movió a Guillermo a tomar partido en el movimiento utópico de aquellos años fue su opción de seguir radicalmente a Jesús de Nazaret, a quien descubría admirable, rebelde y revolucionario en las lecturas políticas que realizaba del Evangelio. En tiempos de represión, esta opción “se tradujo en su trabajo en los barrios populares de Cali y en algunos sindicatos en donde realizaba tareas educativas, de concientización y organización” (J. Giraldo). En consecuencia con sus convicciones, Guillermo ingresó al M-19 en 1977. Según el autor de Aquellas muertes que hicieron resplandecer la vida, el 10 de mayo de 1979 fue detenido y llevado al Batallón Pichincha, en donde se le torturó física y sicológicamente. A aquella experiencia remite Guillermo en uno de sus poemas: “Quisieron matarnos la esperanza/ robarnos la necesidad de soñar (…) los brazos inmóviles; ciegos por las vendas; insomnes. Los pies aprisionados, la cabeza sumergida (…) sonidos metálicos, apretar de gatillos al oído (…) el temor de los pasos, el terror de las voces”. 

Tiempo después fue trasladado a la cárcel La Picota, en Bogotá, donde permaneció varios años, hasta que en 1982 recuperó la libertad tras acogerse a una amnistía durante el gobierno de Belisario Betancur. En su Defensa, un texto escrito en prisión, señaló: “quiero decirle a mis padres, a quienes quiero mucho, que todo eso que ellos querían para sus hijos, que todo lo que ellos querían, que no ha sido posible, todo eso es lo que, desde la vida revolucionaria, seguimos buscando”. Líneas atrás había escrito: “yo hablo del Cristo resucitado (…) siempre que haya alguien que se levante contra la opresión es que está resucitando, por eso nosotros creemos que en Colombia ha habido muchas resurrecciones”.

Tenía lugar uno de los primeros intentos de paz en el país. Sin embargo, las espadas no llegaron a convertirse en arados. Aquella tarde en febrero de 1985, a Guillermo no se le perdonó la vida, a pesar de que había decidido convertirse en maestro rural.

Texto: Miguel Estupiñán

Foto: María H. Céspedes

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