La habitación

Vivir por la esperanza

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No es nada sencillo que una película esté toda ella contada desde la relación de una madre con su hijo pequeño; The room lo logra con creces, aun poniendo esa relación en las circunstancias más adversas. La joven Joy fue secuestrada cuando tenía 17 años de edad, y siete años después aún permanece bajo su captor, encerrada en un cuarto junto con su niño Jack, de cinco años de edad, fruto de la violación. La habitación mide 11 pies por 11 (tres metros cuadrados) y tiene lo más necesario: una cama pequeña, ropero, lavabo, bañera, diminuta cocineta, mesita y dos sillas, una vieja televisión.  Joy salva y sana la vida de ella y de su niño haciendo de ese espacio de cautiverio el mejor lugar posible, y tratando de ser verdaderamente una madre en ese reducido mundo, el único mundo conocido por el niño; una madre que cuida, enseña, educa, orienta, imagina, juega, crea relaciones de enorme cariño. Es extraordinaria la actuación y la empatía que logran los dos actores. Toda la primera hora de la película contemplamos la enorme, bella y dolorosa experiencia de vivirse como madre e hijo, aunque éste sea el fruto de una violación. Es el amor que triunfa sobre el resentimiento, la libertad sobre la opresión.

La novela de Emma Donoghue, llevada a la pantalla por el irlandés Lenny Abrahamson, sobre una realidad tan violenta y dolorosa como un secuestro –y tan cercana a nuestra sociedad-, se vuelve una hermosa historia de esperanza y redención, al creer lo que vale un hijo, amarlo, imaginar un mundo distinto ante la desgracia, no perder la esperanza y recrearla cada día. Entonces, todas y cada una de las sencillas cosas que contiene la habitación y también las que están en la imaginación, se convierten en motivos de vida. Siempre hay un cielo encima, si levantamos la vista.

La segunda parte de la película, al introducir otros personajes y otras situaciones, hará un fuerte contraste entre el mundo imaginado y propio que vive Jack y el mundo real de los adultos y de la sociedad en que todos nos encontramos. Las observaciones del niño –que se vuelve aún más el protagonista de la historia- revelan una sabiduría especial que invita a los espectadores a reflexionar sobre las relaciones personales, las distancias que nos separan, las ocupaciones,  las prisas, lo que damos cada uno, y nuestras pérdidas de humanidad. Pero la historia no pierde su sustrato esencial narrado desde el inicio: es el vínculo de afecto y apoyo entre personas lo que nos puede sacar adelante, salvar y llevar a vivir con esperanza. Unos a otros nos necesitamos, y cuando las circunstancias de la vida son las más desgraciadas, sabemos que nadie se salva solo. En La habitación, una joven mamá lucha todos los días por salvar a su hijo de cinco años; pero quizás es él quien está salvando a su mamá.

Luis García Orso, SJ

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