Los árboles, en Navidad

No los árboles de navidad, sino los árboles en Navidad, el mejor tiempo para contemplar esas bellas criaturas verdes que están ahí, como una lección de vida. Erguidas, tensas hacia lo alto, pero con los pies, las raíces mejor, en la tierra. Silenciosas, solemnes, pacientes, fieles a su destino.

Debería existir una espiritualidad de los árboles, inspirada en ellos. Que se inscribiría dentro de una espiritualidad ecológica que, sobre todo después de la encíclica Laudato si’ del papa Francisco, debe iluminar el amor por la naturaleza, la defensa del medio ambiente, la salvaguarda del planeta.

Muchos tildan de fanatismo ecológico la defensa de la naturaleza, el salvamento de las selvas y los bosques, la lucha por evitar la deforestación, la condena de los arboricidios que, en un culto inaceptable al urbanismo, están acabando con las zonas verdes de nuestras ciudades.

En el fondo, la defensa de la naturaleza es la defensa de la vida. El que es insensible con la naturaleza -vegetal, animal o mineral, para no abrirnos a dimensiones más planetarias, más cósmicas- acaba perdiendo irremediablemente sensibilidad hacia el ser humano. Si alegando progreso o anteponiendo intereses económicos se talan árboles, no hay sino un paso a arrasar viviendas, desalojar habitantes y desplazar poblaciones.

Pero hay que superar la idea de que la defensa del medio ambiente se da simplemente para garantizar al ser humano el hábitat adecuado para su supervivencia. Hay que “desantropomorfizar”, si vale la expresión, el concepto de vida. Se debe evitar la tendencia a que todo: la moral, la ética, la religión, la economía, la política, la ciencia, giren en torno al “ántropos”, al ser humano, que cada día muestra que sí, que es humano, “ma non troppo”.

Una espiritualidad ecológica debería manejar la dimensión cosmoteándrica, de que hablaba el teólogo español, hindú-catalán, Raimon Panikkar. Dios, el cosmos, el hombre. Que yo entiendo así: ninguno de ellos existe si los tres no se correlacionan entre sí. Dios sin el hombre y sin el cosmos es una entelequia. El cosmos sin Dios y sin el hombre, una fantasía. El hombre sin el cosmos y sin Dios, simplemente un fracaso.

Mejor, amable lector, olvidar toda esta palabrería y salir al aire libre, a ver árboles, a olfatear el verde. Qué bellos los árboles en Navidad. Mucho mejores que los mendaces árboles de navidad de la sociedad de consumo.

Ernesto Ochoa Moreno
Escritor

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