Por Andrés Tocalini, sm – Vicepresidente de la Federación de Asociaciones Educativas Religiosas de Argentina
Del 13 al 15 de enero pasado San Pablo recibió al 24° Congreso Interamericano de Educación Católica, que tuvo como objetivo principal reflexionar sobre los desafíos de la Escuela Católica en América en el siglo XXI. Tanto en la organización temática como en las aportaciones de algunos conferencistas se reflejaron ecos del reciente Congreso Mundial de Educación Católica celebrado en Roma, en noviembre pasado.
Con referencias educativas de sus casi tres años de pontificado y el desarrollo del tema en sus escritos como arzobispo de Buenos Aires, se fueron presentando diversos rasgos de la concepción educativa del papa Francisco, un serie de pensamientos que se convierte hoy en llamadas para la escuela católica. Educar es evangelizar, la importancia del testimonio más que la transmisión de contenidos, la coherencia entre la propuesta pedagógica pastoral y lo que realmente se ofrece, la necesidad de llevar la Educación Católica a las periferias, y la urgencia de la educación de los más pobres y excluidos. Ecos de las insistencias del papa Francisco reflejadas en la educación que se concibe claramente como parte constitutiva de la misión de la Iglesia.
La realidad de la Educación Católica en el continente fue el tema desarrollado por el hermano Carlos Gómez, rector de la Universidad La Salle de Colombia. Una serie de puntos en común de la diversa realidad latinoamericana fueron la base para detectar algunas tensiones que están pidiendo respuestas nuevas y creativas (público-privado, calidad-financiamiento, ideal-realidad, ética cristiana-ética civil, religiosos-laicos). La presentación de una serie de rutas para afrontar este desafío nos pusieron frente a la necesidad de la innovación desde nuestra identidad y sin perder la esencia de la acción educativa como tal.
La hermana Monserrat del Pozo, superiora general de las Hermanas de la Sagrada Familia, al igual que en el Congreso de Roma, volvió a entusiasmar al auditorio con su propuesta de innovación. Desde su experiencia de más de quince años, primero como directora de un colegio de su congregación en España y luego como superiora general, nos propuso animarnos a entrar en procesos profundos de innovación que incluyen una genuina transformación tanto del currículum como de la evaluación, el rol del docente y del alumno, la organización escolar y la necesidad de que todos los espacios de la escuela sean espacio de relación y, por lo tanto, de aprendizaje. Es cierto que de innovación se habla y se teoriza mucho, pero la presentación de una experiencia concreta como esta es una puerta para animarse a transitar las necesarias transformaciones que demanda hoy la escuela católica.
Interrogantes antes que respuestas
Uno de los logros más interesantes del Congreso estuvo relacionado a la Educación Católica en las periferias y su opción por los pobres y excluidos. No fue un tema propuesto ampliamente por un conferencista sino a través de un panel sobre Experiencias significativas de la Educación Católica en América. La diversidad de las experiencias presentadas y la respuesta de cada una en esos contextos abrió el panorama y dejó instalada la necesidad de profundizar en el tema y de emprender acciones locales y globales. El proyecto Utopía de la Universidad La Salle de Colombia, destinado a jóvenes campesinos, una propuesta de innovación digital desde una escuela de Fe y Alegría en Brasil, la Escuela de Fátima en Villa Soldati –en una de las zonas más pobres y excluidas de la ciudad de Buenos Aires–, y los proyectos de educación en comunidades indígenas de Venezuela representaron a tantas experiencias significativas de la Educación Católica y dejaron el desafío de profundizar esta misión así como compartir y potenciar el trabajo en red. Es cierto que en estos Congresos el intercambio personal crea redes informales, pero necesitamos la constitución de redes que ayuden a compartir la experiencia, a colaborar en recursos y a sostener los procesos formativos de los sujetos de la Educación Católica, especialmente en estos contextos de vulnerabilidad y exclusión.
Hacia el final del Congreso, el padre Víctor Mendes delineó desafíos para caminar hacia el futuro. Su propuesta se centró en la necesidad de hacer algunos cambios y transformaciones geográficas (de las relaciones, de las referencias y, concretamente, de los lugares donde se desarrolla la Educción Católica), epistemológicas (incentivando una reflexión educativa y pedagógica latinoamericana) y pedagógicas (poniendo el acento en la necesidad de la apertura de la Iglesia y la misión educativa).
A la hora de profundizar y desarrollar la misión de la Educación Católica en el continente, este 24° Congreso Interamericano de Educación Católica nos ha dejado más interrogantes y desafíos que respuestas. Es hora de innovar y recrear, de fortalecer la identidad católica y la identidad como escuela. Es hora de reflexionar desde nuestra realidad latinoamericana y animarnos a desarrollar respuestas genuinas. Es hora de colaborar y de constituir redes.
Así como al inicio de la evangelización de América Latina la Educación Católica fue pionera, en el siglo XXI también tenemos que estar presentes y a acompañar la misión en salida de la Iglesia, a la que el papa Francisco nos ha invitado.