Pablo Galimberti di Vietri. Obispo de Salto (Uruguay)
Lo plantea Erich Fromm y hoy el ciudadano común ante los hechos cotidianos. La experiencia nos dice que tenemos capacidad tanto de construir como de lo contrario; de fraternizar como de odiar.
La Biblia es clara. El “cainismo” o violencia está en nuestras raíces. Caín asesinó a su hermano Abel según el primer libro de la Biblia. Pero esta es la mitad de la película. Una fuerza liberadora y solidaria sopla simultáneamente en el corazón de cada persona. Luces y sombras tironean. A veces las luces son engañosas (como “Lucifer” o portador de luz) como también en las sombras palpitan potencias de vida nueva (como la tumba de Cristo el sábado santo).
La masacre de Orlando (Estados Unidos) que dejó un centenar de víctimas aviva la pesadilla ¿hasta cuándo?
El Estado Islámico asumió la autoría. Señal de que el odio no conoce fronteras y todos podemos ser víctimas y portadores del virus.
Se suele pensar que la violencia explota en los perdedores. Pero los ganadores también pueden volverse violentos. Euforia y bronca se entremezclan.
También la violencia cristaliza en leyes que permiten “interrumpir” (¡un eufemismo!) un embarazo. Tabaré Vázquez expresó al fundamentar su veto: “Descubrimientos revolucionarios como el ADN… dejan en evidencia que desde el momento de la concepción hay una vida humana…” (14/XI/2008).
La muestra de violencias es ilimitada. Decía un experto en derecho que si bien la ley de violencia doméstica ha ayudado a prevenir agresiones, su aplicación requiere cautela. Una discusión enardecida podría catalogarse como violencia, con las consecuencias jurídicas que implica. La situación es delicada, especialmente en una sociedad donde parece que todo se ha judicializado y hemos perdido la costumbre de la charla espontánea entre vecinos, las reuniones en el barrio y la búsqueda de soluciones compartidas.
Un gran acierto son los centros de mediación que funcionan en la órbita del poder judicial. Roces entre vecinos se aplacan en estos espacios de escucha donde se plantean asuntos menores (basura, humo, ruidos molestos, perros, etc.).
Es una buena propuesta antes de llegar a otras vías judiciales. De acuerdo a los casos que me han referido, pienso que podría también manejarse como herramienta de discusión en centros educativos. Se aprende a escuchar, aceptando convivir con el que piensa o actúa de manera distinta.
Una mamá lo experimentó con sus dos hijas en áspera discusión. Las separó para que pensaran lo que querían decirse. Después cada una se expresó. Una regla es que no se trata de reprochar lo ocurrido un año antes sino de limitarse a este episodio. Al menos dieron un paso para escucharse y no mezclar el episodio de ahora con la muletilla “siempre hacés lo mismo”.
En el ámbito doméstico, enseñar a decir la verdad. Evitar trampas o engaños puede ser un buen camino para superar violencias. Unido a la corrección de un padre o una madre. Recuerdo en mi familia una pelea. Un hermano mío levantó un cuchillo para amenazar a otro. Mi padre le hizo la severa y sabia advertencia de que si no cambiaba un día podía terminar en la cárcel. Y lo llevó hasta la puerta de la vieja cárcel de Miguelete en Montevideo.
El asunto se complica cuando lo bueno y lo malo se relativizan y la paz familiar o social consiste en un simple orden exterior y no en valores que se descubren y asumen como pautas de conducta.