“El deporte es un idioma universal que une a los pueblos y puede contribuir al encuentro entre las personas y a superar los conflictos”.
Papa Francisco, 2016
MARCELO ANDROETTO. Enviado especial a Río de Janeiro
Una lengua, miles de lenguas, eso es Río de Janeiro por estos días. En los Juegos Olímpicos se habla un idioma común, con una métrica y una poética propias, conjugado con las desinencias específicas de 28 deportes y 42 disciplinas diferentes, pronunciado con diversos acentos por 10.500 atletas, y tantos miles más que los acompañan en este movimiento(entrenadores, funcionarios, trabajadores de medios, voluntarios, espectadores), habitantes privilegiados todos ellos de un mundo competitivo pero fraterno, simbolizado por cinco anillos y valores consagrados tales como la excelencia, la amistad y el respeto.
Una Torre de Babel a contrario sensu, eso es Río de Janeiro por estos días. Porque pese a tamaña diversidad, todos se entienden. Y en la Villa Olímpica impera la democracia, se desmorona la soberbia de las grandes alturas. Mega estrellas conviven con ignotos deportistas, los departamentos de superficie única hacen más terrenales a unos y cobijan el sueño naciente de otros. Y no hacen faltan traductores, hasta sobran las palabras, porque los rostros hablan por sí mismos iluminados por el resplandor de una antorcha que resplandece incluso pese a las sombras que arrojan sobre ella los grandes negocios y los espurios negociados, más el auto-flagelo del doping, quién lo hubiera imaginado, barón Pierre Fredy de Coubertin, el inspirado creador de este producto llamado Juegos, en el que ahora impera el marketing.
Un arca de Noé en la que navega la humanidad entera, eso es Río de Janeiro por estos días. Porque la universalidad de los Juegos Olímpicos, los cientos de millones de telespectadores y usuarios de redes sociales esparcidos por el planeta que vibran al unísono en torno a un récord, a una performance, a una historia de vida, sirven de recordatorio de que, en definitiva, todos navegamos sobre una misma embarcación por el río de la existencia, más allá de triunfos y fracasos, y más acá de medallas que nos colgamos que no lo son tanto, resultados que devienen en anécdotas cuando se deja en la cancha o en la pista o en el agua o en el tatami el cuerpo y el alma, las emociones y el corazón que nos caracterizan en nuestra individualidad como seres humanos, finitos y trascendentes, espirituales. Y los Paralímpicos que vendrán después hacen patente que todos tenemos nuestras capacidades diferentes, nuestras limitaciones, nuestras potencialidades para,llegado el caso, nadar contra corriente.
“Esto aquí, es un poquito de Brasil. De este Brasil que canta y es feliz. Feliz, feliz. Y también un poco de una raza que no tiene miedo de la humareda. Y no se entrega, no” (Qué es esto aquí. Ary Barroso, 1942).
Un botón de muestra de lo que es Brasil, eso es Río de Janeiro por estos días. El carioca samba por fuera y también por dentro. Tierra generosa en mar y morros, la cidade maravilhosa es más que la ex capital política, sigue siendo el latido cultural de un país lleno de contrastes, fértil en alegrías y ritmos metabolizados en sangre y árido en subdesarrollos, olvidos y marginaciones, entre los que Río se levanta como una ciudad-útero que da vida a unos Juegos Olímpicos primogénitos en Sudamérica, y con su mismo ADN, qué mejor que en un entorno olímpico natural.
Una raza que no le teme a la cara que le devuelve el espejo, eso es Río de Janeiro por estos días. Bellezas naturales y favelas de películas (de varios géneros), una gran pantalla de imágenes potentes, sinceras, crueles. Con playas de ensueño y el Pan de Azúcar devenido en amargo por carencias de todo tipo. Con moradores de rúa (personas en situación de calle) desplazados para no perturbar a los turistas olímpicos y para que las cámaras de los canales de tevé puedan proseguir sus transmisiones en un inalterado modus fiesta.
Con efectivos de la Policía Militar diseminados por Copacabana y por Barra da Tijuca como en tiempos de guerra, la real y la propagandística, tantas sirenas en nombre de la seguridad que por momentos el barullo no permite que se escuche el romper de las olas ni la dulce voz de Vinicius de Moraes cantando Garota de Ipanema.
También con un legado que estará ahí, a disposición de esta y de las generaciones que vendrán, pese a los detractores de turno que buscan llevar agua para su molino. El aliciente del deporte al alcance de la mano “como un gimnasio de la virtud que permita el pleno desarrollo de los individuos y sus comunidades”, Francisco dixit. Y decenas de instalaciones que los cariocas, tan adeptos a la actividad física, no dejarán devenir en elefantes blancos, a diferencia de los monumentales estadios, por caso,que en Sudáfrica el Mundial de Fútbol 2010 legó a su paso. El Boulevard Olímpico, ubicado en la otrora venida a menos zona portuaria de Río, con sus gigantescos murales y espacios para música y arte, testimonian que no todo se pierde y que mucho se transforma a la vera del pulso de unos Juegos que exceden lo deportivo.
Un pueblo que no se entrega, eso es Río de Janeiro por estos días.Por eso hay quienes, entre desesperados y provocadores, hicieron lo imposible por apagar una antorcha, ante la incertidumbre de quién sabrá sofocar las llamas que amenazan devorar a un país en crisis económica, social e institucional. Y unos Juegos que el 21 de agosto dirán “adeus (adiós)Río”, “kon’nichiwa (hola) Tokio”, para que unos días después se descorra definitivamente el telón del proceso de impeachment contra una presidenta al borde de la destitución, en el marco de un escenario de sospechas y acusaciones entrecruzadas, con el vestuario de la corrupción a medida de muchos personajes del reparto. Las protestas de los manifestantes, de uno u otro lado, reflejan también que los brasileños aprendieron a no temerles a las “humaredas” de las calles, tampoco a la hora de reclamar por los altos costos de albergar los Juegos que hasta ahora solo observaban de lejos.
Un Cristo Redentor que abre sus brazos y da a todos la bienvenida, también eso es Río de Janeiro por estos días.