Misioneros: ¿es adecuada la formación que reciben?

ilustracion-misiones1(Vida Nueva) La misión ad gentes exige del misionero y de la propia Iglesia una adecuada formación, pero ¿resulta útil o no para enfrentarse luego a los diversos escenarios de la realidad? Coincidiendo con la Semana de Misionología de Burgos, el javeriano Luis Pérez y el teólogo Eloy Bueno reflexionan en los ‘Enfoques’ sobre una cuestión decisiva para revitalizar la pastoral y salir al encuentro de las culturas.

Una vocación abierta al encuentro

luis-perez-hernandez(P. Luis Pérez Hernández, s.x.- Misionero Javeriano) La formación es una realidad compleja y dinámica, y se realiza con la acción simultánea de múltiples mediaciones: formadores, educadores, programas académicos, personas con las que se convive, realidad en la que ésta se realiza. Todo ello partiendo de la persona en formación (con lo complejo del corazón humano) y teniendo en cuenta el tipo de vida, trabajo y servicio que el que se está formando se prepara a realizar.

Todos hemos podido constatar los esfuerzos y los logros, positivos y reales, que desde hace años han mejorado la formación: formación de formadores, equipos formativos, nuevas y renovadas elaboraciones de los proyectos formativos, mejoras de los programas de estudio, tanto básicos como específicos para cada proyecto de vida, incorporación de medios, ciencias y personas al proceso de discernimiento vocacional…

Con todo ello, la formación ha crecido en aciertos, aunque no ha podido, en ocasiones, eliminar los fracasos: abandonos, personas inadaptadas, sensación de que la formación recibida no ha sido la adecuada, búsqueda continua de “especializaciones” para llenar lagunas, proyectos vocacionales vividos sin entusiasmo y por rutina… Por otra parte, en frecuentes ocasiones, parece que las pretensiones que tenemos sobre la formación son excesivas y un tanto irreales; quisiéramos que la formación nos preparara, casi totalmente, para afrontar con éxito, con nuestro “bagaje personal e integral”, la vida futura a la que estamos llamados por vocación y ministerio.

Para todos, sin distinción, la complejidad de la formación es evidente. Para nosotros, los misioneros, es patente, ya que estamos llamados a vivir nuestra vocación y ejercitar nuestra misión y ministerio en países y culturas diversas a las nuestras de origen, viviendo en comunidades internacionales, y porque las exigencias de la misión deben formar parte de la formación y el discernimiento. Esto se dice pronto, pero, dada la variedad de situaciones y culturas en las que trabajamos, la realización concreta es más ardua. 

Hay que ir a lo fundamental, a lo que pueda propiciar la formación de una persona centrada, consistente, coherente y siempre en camino de crecimiento dinámico, que haga crecer y afrontar la realidad (personas, grupos, culturas) con vitalidad siempre nueva.

Me parece que una categoría que podría ayudarnos a enmarcar un proyecto vocacional consistente y dinámico es “el encuentro-comunión”. En definitiva, nuestra vocación misionera es encuentro: encuentro consigo mismo, con Dios, con nuestros hermanos de comunidad, con los pueblos a los que somos enviados, con las culturas que encontramos. Es el encuentro-comunión el que nos pone en el camino de la conversión constante, de la relación con las personas y los grupos, de la aceptación cordial y de asimilación de otras culturas. Se podría decir que el encuentro, con lo que presupone y con lo que produce, es una realidad que unifica, en cada uno, el crecimiento y la madurez humana y espiritual y el servicio que se realiza, a la Iglesia y al mundo, desde el proyecto vocacional de cada uno y de cada grupo. Por otra parte, el encuentro es una realidad abierta al futuro, a cada ocasión propicia, a cada situación de vida.

Para que el encuentro se produzca (tanto con Dios, como con los hermanos, las situaciones y las culturas), hay que tener un corazón abierto, disponible, propicio al cambio, consciente de que no lo somos ni lo sabemos todo, acogedor, abierto a la comunión. Desde esta perspectiva unificadora, adquieren densidad y encuentran su lugar y sentido casi todas las realidades de nuestra vida y de nuestra formación: la oración, la Palabra, los sacramentos… como relación y encuentro con Él que nos ama, nos salva y nos envía y, por la fuerza del Espíritu, nos va identificando con Él, el Hijo de Dios, el hombre perfecto; la dirección espiritual y, en su caso, el diálogo formativo, tan importante para el discernimiento y un verdadero crecimiento según los criterios de Dios; el estudio del programa académico, no por simple erudición, sino como forma de saber para poder comprender, para poder dar razón de nuestra fe y de nuestra vida, para mejor servir; el conocimiento de las diversas lenguas y culturas, para encarnarse y amar la situación nueva, para compartir desde una base común y trabajar con mayor acierto.

Si la formación nos ha preparado al encuentro, si ha propiciado en nosotros las características que lo hacen posible y verdadero, de forma que nos afecte, nos mantenga en estado de camino, de búsqueda, de profundización, entonces la formación sirve y la formación continúa; no se termina nunca, ya que, cada persona, en la vocación a la que ha sido llamada, debe encontrar, en cada edad, situación y trabajo, la mejor forma de seguir al Señor y la mejor forma de amar y servir a los hermanos y hermanas en la Iglesia y en el mundo.

Por lo tanto, la formación sirve cuando enraíza a la persona creyente en lo fundamental, cuando la mantiene abierta al encuentro, cuando no se considera terminada.

Un modo de vivir la fe y la eclesialidad

eloy-bueno(Eloy Bueno de la Fuente– Profesor de la Facultad de Teología del Norte de España, Burgos) La misión universal requiere una formación adecuada y específica. Sin ella, será imposible estar a la altura de nuestra época histórica y se empequeñecerá la perspectiva eclesial sobre nuestro mundo y nuestra historia. 

La formación misionera no debe ser vista prioritariamente desde quien se desplaza lejos para servir al anuncio del Evangelio. Sería una visión limitada y miope de la Iglesia y de su misión. El carisma de la misión ad gentes genera un modo de vivir la fe y la eclesialidad (una figura de la fe cristiana) que reclama una formación misionera en el conjunto del Pueblo cristiano para que sea valorado en toda su hondura, en todas sus implicaciones y en su interpelación profética. Sólo en el seno de esa formación misionera tendrá sentido plantear la formación específica de quien asume como vocación el carisma de la misión ad gentes.

Pensando en España, cuna de tantos misioneros y misioneras, se constata un desfase clamoroso entre el testimonio de los misioneros y el modo de comprender la misión universal por parte de las Iglesias concretas. Nuestras comunidades deben ser hogar y referencia de los misioneros, valorándolos como enviados, puentes de comunión con otras Iglesias, testigos de una Iglesia apasionada por el destino del mundo y no simplemente preocupada por las incertidumbres o las tensiones inmediatas.

Son tres los ejes de esta formación misionera, claves para dinamizar y revitalizar la pastoral y superar miedos y polémicas: 

1. Respirar con gozo el horizonte universal del proyecto de Dios desde los orígenes de la creación, y dejarse envolver por el dinamismo que empuja a la solidaridad con la entera familia humana en la diversidad de sus razas y culturas.

2. Releer y reinterpretar la pastoral desde el paradigma del anuncio misionero, viviendo con admiración la experiencia de engendrar nuevos cristianos y nuevas Iglesias.

3. Situar las urgencias (y agobios) en el más amplio escenario de una Iglesia mundial que existe como comunión de Iglesias que anuncian el Evangelio en todos los rincones de nuestro mundo, globalizado y cargado de injusticias. Se trata en último término de descubrir el aliento genuino de la Iglesia de la Pascua que sale del cenáculo en Pentecostés.

Dentro de este marco se hace más fácil y comprensible la formación del misionero. Las coordenadas expuestas han de ser el suelo nutricio de la formación para la vida misionera. Es su contexto originario. Más aún, el contexto del que nunca podrá desligarse. En ese suelo brotan de modo espontáneo y natural los aspectos fundamentales de ese carisma específico.

Desde el punto de vista teológico, es fundamental situar la vocación y el carisma como ministerio imprescindible en el misterio de Dios, es decir, en el proyecto de Dios y en el destino de un mundo fascinante, que no logra, sin embargo, superar la situación de Babel; ese ministerio ha de mostrar su relevancia eclesial y eclesiológica: da contenido a la comunión entre Iglesias y da vida al hecho de que toda Iglesia existe como enviada el mundo.

Desde la amplitud de la perspectiva teológica, ha de penetrar en la enorme complejidad y en la insuperable ambigüedad de nuestro mundo: la violencia y la venganza que generan guerras, la prepotencia y el egoísmo que producen pobres y marginados, las tensiones entre la tradición y las innovaciones, las luchas por el poder y la difícil coexistencia entre modos de vida diversos. Hace falta penetrar en el contexto concreto, pero teniendo en cuenta su inserción en la trama del contexto más amplio de la aventura humana.

Para vivir entre el proyecto de Dios y el contexto real es necesaria una espiritualidad que ayude a caminar según la lógica del Espíritu:    disposición para el servicio más que para conseguir poder o resultados; valoración de lo pequeño, es decir, de la libertad de las personas concretas que acogen el Evangelio; fortaleza para no intimidarse ante los conflictos que surgirán; generosidad para vivir la comunión entre las Iglesias a pesar de las incomprensiones o indiferencias, la actitud pascual de crear reconciliación en todas las circunstancias…

Se requiere formación, en el misionero y en nuestra Iglesias, para descubrir la profecía que hay en el carisma misionero: la pasión de Dios por todas sus criaturas, la protesta ante lo existente y la denuncia de toda resignación, la capacidad para superar toda frustración o decepción, la entrega a una tarea que supera las  posibilidades humanas…

En el nº 2.668 de Vida Nueva.

Compartir