La cumbre del siglo

Algunas reflexiones sobre el próximo encuentro entre los representantes del Estado Vaticano y de los Estados Unidos

La cumbre del siglo

Así como la derrota de Napoleón (junio 1815) definió el siglo XIX y el atentado a Francisco Fernando en Sarajevo (junio 1914) iniciaría la Primera Guerra Mundial abriendo la humanidad al conflictivo siglo XX, el posible encuentro (mayo 2017) entre dos personalidades relevantes para el mundo de este tiempo, muy probablemente sea la clave que otorgue el rasgo distintivo al siglo XXI.

Ese diálogo personal sobre la situación internacional y sus perspectivas posibles podría ser previo a la reunión de los siete grandes países occidentales a realizarse en Sicilia y, sin duda entonces, será decisivo en las actuales circunstancias. Hasta ahora sólo la formalidad de la comunicación diplomática, institucional pero distante, ha vinculado al Estado Vaticano con la Presidencia de los Estados Unidos.

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Hay una marcada similitud entre el escenario actual y el de hace un siglo. Los liderazgos internacionales no están claros. Existen diversos polos de poder, ninguno de cuales tiene una clara hegemonía sobre los demás. Los nacionalismos vuelven a tensar las fronteras de los países y esa aurora de armonía concertada, posterior a la desarticulación de la Guerra Fría, se diluye de modo acelerado. La organización internacional de naciones evidencia una presencia más formal que de peso para influir en la dinámica de los hechos. En los fraccionados teatros de operaciones bélicas mueren a diario combatientes y civiles sin que se vislumbre la posibilidad de resultados ciertos. Esto es la realidad de las cosas de hoy. En el plano de lo posible, de aquello que puede suceder, ¿qué se puede esperar?

Si ocurriera un encuentro breve, meramente protocolar, el mundo habrá perdido una oportunidad. Ambos interlocutores representan dos visiones opuestas de la arquitectura internacional y la posibilidad de un no diálogo emitiría un mensaje amargo a la humanidad. La hipótesis de una reunión a fondo sería un ejemplo, pero sin duda es compleja de abordar.

La posición de ambos interlocutores es en general divergente en la mayoría de los planos que demanda el estado del mundo actual: medio ambiente, inmigrantes, fronteras abiertas, capitalismo liberal, intervenciones militares (Siria, Corea), mediaciones políticas (Cuba, Venezuela) o la guerra misma. Hay también algunas, mínimas, esperanzadoras convergencias: se trata de dos hombres de fe cristiana, que comparten por igual una fuerte condena al terrorismo fundamentalista. Uno representa girar hacia la esperanza de una nueva sociedad, comprensiva, comunitaria, incluyente. El otro, la reivindicación del éxito que deviene del esfuerzo individual a partir de una efectiva igualdad de oportunidades.

Simplificando: cambio y tradición. No es un encuentro pastoral. Se trata, esencialmente, de una Reunión de Estado. Los actores deberán lucir firmeza y fortaleza.

En 1917 el equilibrio militar hacía imposible finalizar la guerra y una creciente desmoralización acompañaba la pérdida de vidas en los distintos frentes. Fue entonces cuando el presidente Woodrow Wilson así como SS Benedicto XV intentaron sin éxito, en distintos escenarios, lograr una paz negociada.
Hoy es crucial alcanzarla. No es poco el desafío. No es poca la responsabilidad. No es casual que Zygmunt Bauman, en escritos conocidos unos pocos meses después de su reciente muerte, reflexione así: “debemos prepararnos para un largo período que estará marcado por más preguntas que respuestas, y por más problemas que soluciones. Nos encontramos, más que nunca antes en la historia, en una situación de verdadera disyuntiva: o unimos nuestras manos o nos unimos a la comitiva fúnebre de nuestro propio entierro en una misma y colosal fosa común”.

Mientras redacto esta columna en mi cabeza circula la imagen, o la ilusión, de una cruzada de oración, ecuménica sin exclusiones, para acompañar este encuentro, para iluminar la mente y el espíritu de estos hombres. Porque en este mundo las obras, trascendentes o no, son en definitiva pura responsabilidad humana.

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