Hablar de izquierdas o derechas es cada vez más impreciso. Se trata de términos genéricos que en algún momento tuvieron significaciones exactas, pero que por el desarrollo político, religioso o económico o de la filosofía se han vuelto vagos y nebulosos. Las fronteras que al principio aparecían nítidas se han vuelto borrosas y porosas. El problema no se ha resuelto con la aparición de partidos o soluciones de centro que muy pronto han necesitado adjetivos: centro-izquierda, centro-derecha, y no ha faltado quien pretende ser exacto al hablar de centro-centro.
Los quehaceres electorales en estos días han puesto en evidencia esas limitaciones del lenguaje: ¿la señora Le Pen se sitúa a la derecha, o a la derecha de la derecha? Y el recién electo Macron, ¿es liberal, de centro, o es de centro izquierda? ¿Y en cuál de las derechas se puede clasificar al presidente Trump?
Aquí en Colombia, cuando ya se preparan las elecciones de 2018, los términos derecha e izquierda se ven limitados. Al término de la convención de su partido, el expresidente Uribe se autoproclamó de centro, por la presión de un cálculo político. Rehuyendo el simplismo o la generalización de los términos derecha e izquierda, los partidos prefieren llamarse Partido de la U, Verdes, Cambio Radical o Centro Democrático.
La dicotomía aplicada a los papas
En su reciente libro ‘Siete Papas’, el teólogo Hans Küng debió de sentir la pobreza de ese par de adjetivos. “La curia no quiere a Montini, ese impenetrable simpatizante de la izquierda”, consigna en el capítulo sobre la elección de Pablo VI; más adelante, cuando este papa entregue al mundo su encíclica Humanae Vitae, lo verá irreductiblemente confinado en la derecha.
Con Juan XXIII le había ocurrido lo mismo: al mantener la curia de Pío XII, no puede verlo sino como conservador; pero al lanzar contra viento y marea el Concilio Vaticano II, lo ve progresista, liberal o de izquierda.
Con Pío XII no hubo lugar a confusión: hierático en su silla gestatoria, con pretensiones de aristócrata “representante del paradigma medieval, contrarreformista y anti modernista”, para Küng es un papa irremediablemente de derecha.
No le resulta tan clara la ubicación de Juan Pablo II, tan cercano al Opus Dei y al presidente Reagan, pero al tiempo fenómeno mediático, panegirista del ecumenismo y defensor de los derechos humanos. Sin embargo, al final lo clasifica como conservador y como “el Papa más contradictorio del siglo XX y símbolo de una Iglesia caduca”.
Lo que no cabe en estas categorías
Son términos sospechosos de injusticia y de error. La pretensión de abarcar el ser y las posibilidades de alguien dentro de una categoría, necesariamente deja por fuera aspectos que el calificativo parece desconocer o descartar. Grandes personajes como Nelson Mandela o Martin Luther King difícilmente encajan en esas categorías, quizás porque parte de su grandeza se explica porque abarcaban lo mejor de la derecha y de la izquierda. En nombre de la justicia, habría que limitar las generalizaciones incluidas en esos términos.
Era fácil trazar líneas fronterizas cuando el pensamiento político y religioso hibernaba entre afirmaciones absolutas y condenas radicales, más entusiasmado por una coma o un verbo en algún documento doctrinario que ofrecía visiones estrechas del mundo y de la historia, que por el ritmo acelerado y cambiante que comenzaba a tener la vida de los pueblos. A estos se les llamó conservadores o de derecha.
A los que se llamó de izquierda eran lo contrario: vivían en modo de cambio, inconformes, críticos, inclinados hacia los pobres y desposeídos, convencidos de ser el motor de la historia. Pero esos términos, derecha e izquierda, acabaron por desgastarse o por quedarse atrás en un proceso que no se ha detenido.
Hoy hay que pensarlo dos veces antes de calificar a alguien, o a alguna institución o movimiento, como de derecha o de izquierda. Parece una solución más prudente conocerlos por sus obras antes de clasificarlos.