Intimidad. Silencio. Oración. Y luz en medio de la oscuridad. La del Cirio Pascual que iluminó la candela que sujetaba el Papa Francisco y que sirvió para bendecir las velas de los más de 300.000 peregrinos que participaron en el tradicional rezo del Rosario que se celebra cada 12 de mayo ante la capilla de las apariciones de Fátima.
Desde allí, quiso presentar a los fieles las imágenes erradas que se pueden tener de la madre de Jesús, frente aquellas que sí se presentan como certeras para ser verdaderos “peregrinos con María”. Y lo hizo a modo de preguntas dicotómicas: “¿Qué María? ¿Una maestra de vida espiritual, la primera que siguió a Cristo por el ‘camino estrecho’ de la cruz dejándonos ejemplo, o más bien una Señora ‘inalcanzable’ y por tanto inimitable?”.
En esta misma línea, planteó la tentación de caricaturizar a la Virgen como si la fe en ella se tradujera en un intercambio de favores: “¿La ‘Bienaventurada porque ha creído’ siempre y en todo momento en la palabra divina (cf. Lc 1,45), o más bien una ‘santita’, a la que se acude para conseguir gracias baratas?”.
Francisco quiso detenerse para borrar cualquier rastro apocalíptico o condenatorio nacido del María y que a menudo se ha ligado al mensaje de Fátima. De esta manera invitó a dejar de lado “cualquier miedo o temor” fruto de acercarse a María “retratada por sensibilidades subjetivas, como deteniendo el brazo justiciero de Dios listo para castigar: una María mejor que Cristo, considerado como juez implacable”.
El perdón de Dios
A partir de ahí, recalcó que “cometemos una gran injusticia contra Dios y su gracia cuando afirmamos en primer lugar que los pecados son castigados con su juicio, sin anteponer que son perdonados por su misericordia”. Este nuevo canto al Dios “que siempre perdona, que perdona todo” le llevó a subrayar que “el juicio de Dios siempre se realiza a la luz de la misericordia” y que, a través de “la cruz de Cristo, quedamos libres de nuestro pecado”.
En la plegaria del Papa tampoco faltaron los últimos, los periféricos. “Que, sobre cada uno de los desheredados e infelices, a los que se les ha robado un presente, de los excluidos y abandonados a los que se les niega el futuro, de los huérfanos y las víctimas de la injusticia a los que no se les permite tener un pasado, descienda la bendición de Dios encarnada en Jesucristo”.
El recogimiento de Francisco durante la vigilia contrastó con la alegría que mostró mientras caminaba al inicio de la celebración entre los miles de personas que participaron de esta oración nocturna. Tras el rezo del rosario en diferentes lenguas, el Papa abandonó el santuario. Los fieles permanecieron en el lugar para celebrar la eucaristía, presidida por el secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin.