“Al acentuar la centralidad en el alumno tenemos que mirar a este alumno que tenemos hoy, ver cómo llegar a él, porque no puede ser igual a como lo hacíamos hace 20 años”. Esto lo explica en el A fondo María Beatriz Yáñez, directora del Colegio Calazans de Santiago de Chile.
También en esta sección, el superior general de los Escolapios, Pedro Aguado, le dice a Vida Nueva: “La educación para todos es la llave del cambio en el mundo”. Y remata: “Poder dedicar la vida a crear esperanza entre los niños y jóvenes, que son los que van a llevar adelante el mundo del futuro, es una profunda alegría”.
Comentar rápidamente estos conceptos –muy profundos y desafiantes– pueden parecer una obviedad. Pero en los tiempos acelerados en el que vivimos, en donde las principales interacciones que hacemos diariamente suelen estar mediadas por los dispositivos móviles, sentarse a pensar en el otro, es todo un desafío. Especialmente si el otro es un niño o un joven, con todo su potencial y con toda la carga de responsabilidad que conllevan en la construcción futura de la sociedad.
Hablar de educación nunca es en vano. Y este concepto adquiere mayor notoriedad cuando su significado va más allá de lo estrictamente formal, es decir, escolar, académico. Mirar a los niños y jóvenes desde su constitución integral de personas es un eje fundamente que cada vez se abandona más en las discusiones políticas sobre el tema. Ninguna persona es solo conocimiento. Si caemos en este reduccionismo, ¡qué complicado estarán los próximos educandos! ¡Qué difícil será convivir en el futuro!
Por eso, el aporte de los Escolapios a la educación –características que resaltamos en esta edición en el marco de los 400 años de la fundación de esta orden–, y el de tantas otras órdenes e institutos de vida consagrada, son elementos invalorables para la promoción de los niños y de los jóvenes, y para el desarrollo de la sociedad. Elementos que hoy todo ámbito de la sociedad debería tener en cuenta antes de empezar palabreríos vacíos al hablar de educación.