El 14 de mayo se celebra en Colombia y en la mayoría de los países el Día de la Madre. Mejor, de las madres. Porque cada una, con sus propias “cadaunadas”, tendrá su propia celebración.
Por eso, hay que hablar de ellas. Aunque todo esté dicho y no haya nada nuevo que decir. Aunque las palabras suenen gastadas y tengan sabor de lírica barata. Aunque sea una celebración comercial que canta a la maternidad para vender más. No importa. Hoy hay que hablar de las madres con mirada de mujer.
De las que sonríen rodeadas de hijos y nietos y de las que lloran su ausencia. De las que comparten el oficio con el padre de sus hijos, y de las que tuvieron que asumir el papel de cabeza de familia y ejercer ambas funciones: es decir, de las que conforman la familia tradicional y de las que les tocó en suerte una familia monoparental. También de las que pueden ser amas de casa y de las que además de trabajar fuera del hogar tienen que ser amas de casa. De madres adolescentes. De madres por accidente y de mujeres que recurren a la ciencia para poder llamar al hijo a la vida. De madres adoptivas y de las que abandonan a su hijo. De las que no pudieron ser madres porque la violencia segó sus vidas y de las que dejaron huérfanos a sus hijos a causa de esa misma violencia.
Esta abigarrada población femenina que celebra su día el 14 de mayo es responsable de construir país desde el hogar porque en sus hijos y sus hijas está el presente y se proyecta el futuro. Menuda responsabilidad, que como hija y como abuela me hace pensar en mi mamá y en las mamás de mis nietas y mis nietos. ¡Dios las bendiga!
Hablar de las madres es hablar de las mujeres. De las injusticias que se cometen contra ellas. De las bobadas que se han dicho y se siguen diciendo sobre la maternidad. Injusticias y bobadas que nos creemos las mujeres y que las confirmamos con nuestros mensajes, convencidas de que así debe ser. Que las mujeres debemos ser dóciles, suaves, sumisas, coquetas, dependientes, abnegadas, tiernas. Que la mujer “se realiza” en la maternidad. ¡Pobres mujeres! Pobres hombres, también, porque con este cuento de la maternidad, cuando ella se convierte en madre, él pasa a ocupar un segundo lugar . Y pobres hijos, convertidos en objeto de realización para sus madres.
Y resulta que por hablar de las mujeres terminé hablando de los hijos y de los padres que las hacen madres. Vale decir, de las familias: de las que conservan el modelo tradicional, de las monoparentales, de las que provienen de parejas del mismo sexo. O que provienen de parejas unidas en matrimonio o de parejas de hecho. Y es que en todas ellas hay madres, hay padres, hay hijos. Como también abuelos y abuelas que se hacen cargo de los nietos y conforman con ellos una familia. Tan familia como la que está formada por un papá, una mamá y uno o más hijos. Todas son familias en las que de alguna manera se celebra a las madres este 14 de mayo.
Al fin y al cabo no existe un modelo único y universal de familia porque es una experiencia humana. Porque no viene determinado por la información genética como ocurre con el modelo de organización familiar en las especies animales. Los pingüinos o los canarios o las abejas se aparean y procrean y cuidan a sus crías de la misma manera desde que su especie apareció sobre la superficie de nuestro planeta. La manera de ser familia, en cambio, por ser una experiencia humana es cambiante y evoluciona como evoluciona y cambia todo lo humano, se adapta a las culturas y a los cambios sociales, se estructura según los modelos de cada grupo social y de cada generación. La Biblia evidencia la diversidad de modelos: monogámicas y poligámicas; con muchos hijos como la de Jacob o con uno solo como la familia de Nazaret.
En serio, no existe una sola manera de ser familia: cada una es original y diferente de las otras en la manera como se construyen y como asumen sus funciones. Pero la crisis de un modelo familiar está dando paso a otras formas de ser familia, con la consiguiente tensión propia de todo cambio. Que siempre los ha habido. Como el paso de la familia extensa patriarcal, ligada a la tierra, a la familia reducida cuya subsistencia depende de los ingresos de sus miembros. Como el impacto del ingreso de las mujeres y su solvencia económica que ha trastornado los roles genéricos de proveedor y administradora. Como la visibilización de parejas homosexuales que quieren adoptar para dar amor a sus hijas y a sus hijos.
¿Qué es lo característico, entonces, de esta experiencia humana? Me atrevo a decir que es un espacio donde se satisfacen las necesidades primarias, particularmente de afecto, y desde donde el individuo se entronca con la historia y se articula con la sociedad. Que es comunidad de vida y amor, célula de la sociedad. También que es un grupo social en el cual hay vivienda común, contribución económica y relación sexual socialmente aceptada, aunque esta característica no puede darse en familias monoparentales.
Lo que me lleva a preguntarme qué pensarán, el día de las madres, los promotores del plebiscito para reducir la adopción a las parejas que configuran familias según el modelo tradicional: ¿por qué aferrarse a un modelo único de ser familia y defenderlo con argumentos religiosos?,¿responde este modelo a la realidad de las familias colombianas?
Ser mamá, como ser papá, es poder llamar a los hijos a la vida, acompañarlos a crecer, a descubrir el mundo, a asumir responsabilidades. Es amar sin límites, creer sin medida, esperar siempre y a pesar de todo. Por eso, ser hijo o ser hija es saber que alguien nos ama gratuitamente, que nos acoge, que siempre y a cualquier edad nos apoya y se preocupa por nosotros. Por eso, ¡feliz día para todas las familias!
Otro sí
Hace cien años, en Fátima, la Virgen María entregó un mensaje a tres pastorcitos. La Señora, como los tres niños le decían, les recomendó rezar por la paz y por la conversión de Rusia. Y mi infancia transcurrió oyendo repetir este mensaje y rezando por la paz del mundo y por la conversión de un país lejano; admirando la santidad de Lucía, Francisco y Jacinta que se nos presentaba como ejemplo; temiendo, también, el inminente fin del mundo que se decía que era el secreto que la Señora había confiado a los pastorcitos.
En Fátima está hoy Francisco como “peregrino en la esperanza y en la paz” y para canonizar a Francisco y a Jacinta, que con su prima Lucía vieron a la Señora hace cien años. No podía ignorar esta fecha.