Estaba cantado que Omella sería creado cardenal por el papa Francisco más pronto que tarde. Pero lo que ha sorprendido a todos ha sido la celeridad, tres semanas después de que el arzobispo emérito, el cardenal Sistach, hubiese cumplido los 80 años y, con ellos, su condición de elector en un cónclave.
Y es que Bergoglio tiene prisa –aunque a algunos les exaspere su lentitud– por conformar un Colegio cardenalicio periférico, en las coordenadas geográficas, sí, pero también en las espirituales. Y también le urge aclarar cuál es su apuesta para la Iglesia en España, dos días después de recibir a su cúpula, de la que se había caído Osoro, el último purpurado creado por él.
A Francisco le viene bien Omella y a Omella le viene bien el púrpura con el que aquel le distingue ahora, tres años después de meterlo, como simple pastor de Calahorra y La Calzada-Logroño, en la Congregación para los Obispos, coto en el que algunos todavía pescan con caña telescópica y adonde el prelado acudía con su campechanía como única arma de persuasión.
Pero el color todo lo cambia. Fundamental en la comunicación porque tiene la capacidad de significar de un vistazo; en la Iglesia, el púrpura es uno de los que antes se distingue y que más puertas abre… o cierra.
De poder a poder en la fábrica de los obispos tras ser incluido Omella por el Papa en su círculo de confianza, ya es cuestión de tesón. Y eso es algo que no le falta al pastor aragonés, que cuando nadie hablaba de la crisis, él se despachó en con media docena de pastorales y que dio esquinazo a las manifestaciones de HazteOír encabezadas por obispos, para salir, él solo, a plantarle cara en la calle al hambre en el mundo. Reminiscencias de aquel color blanco de padre misionero en África que, sin duda, dulcificará las posibles estridencias del púrpura.
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