En esta reflexión inicial quiero poner nombre a la vida que brotó y al compromiso que nació en Aparecida. Fue una estupenda oportunidad. Oportunidad en la que el pueblo de Dios de América Latina (AL) arriesgó mucho. De una u otra manera, se dejó claro que el coraje de la renovación es la mejor garantía de futuro. Se dio un paso significativo para configurar un cristianismo de rostro genuinamente latinoamericano. Lo que pasó fue más de lo que normalmente se podría esperar. Se multiplicaron las buenas sorpresas. Por encima de nosotros estaba el soplo del Espíritu.
La celebración de la eucaristía de Pentecostés fue el momento cumbre de los días de la Asamblea. La imagen del fuego que enciende otros fuegos y que deja con luz y calor es la que mejor corresponde para transmitir lo que vivimos. Como recordó el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, en el corazón de este acontecimiento estuvo la fiesta de Pentecostés.
Tampoco hay duda de que, con el movimiento de Aparecida, se fue dando forma a una alternativa para la Iglesia del continente. El Espíritu Santo removió a esta institución y a sus personas. “Estábamos de nuevo en Pentecostés”. Algunos nos volvimos a ilusionar. Lo vivido nos permitió encontrar “rosas” que primaverarían los campos del continente. Más de uno se leyó la carta de Pablo a los Gálatas para entender la inspiración de lo vivido en la VCG. El apóstol tuvo que luchar para que la fe cristiana no se diluyera en el judaísmo. Pablo creía que otra Iglesia era posible; estaba convencido de que el que busca la solución en la ley muere.
A este recomenzar desde Cristo nos invita la VCG desde la introducción del Documento de Aparecida (DA) y, al mismo tiempo, bien enganchados en la cultura actual (DA 44). No resiste a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados, a templos y cultos ritualizados que no tocan la vida de los bautizados (DA 11-13).
Ya en 1969, durante la eucaristía de clausura del Simposio de los Obispos de África en Uganda, Pablo VI había dicho a los cristianos africanos: “Sed misioneros de vosotros mismos”. Eso se recordaron a sí mismos los obispos de América Latina. Tomaron conciencia de que tenían que ser discípulos de discípulos para poder llegar a ser misioneros de misioneros; un buen número de ellos se pusieron de pie, se animaron a vivir y a proponer. Dieron un paso importante. Así resurgió la esperanza de un catolicismo latinoamericano. (…)
Índice del Pliego
- 1. Una estupenda oportunidad
- 2. ¿Cómo se ha transmitido Aparecida?
- 3. ¿Qué estaba en juego en Aparecida? Aplicación a la vida y la pastoral
- 4. Quo vadis, Aparecida?