Tribuna

Aparecida, un acontecimiento eclesial de triple dimensión

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La sola mención de Aparecida, evoca una experiencia fuerte en la vida de la Iglesia. Lo mismo sucede al nombrar Medellín y Puebla. Espero que también sea de largo y profundo impacto.

Tuve la dicha de participar en la V Conferencia del Episcopado de América Latina y el Caribe (2007). Formé parte de la delegación argentina y lo considero una gracia de Dios. Fuimos con esperanza y volvimos con verdadero entusiasmo. Al regresar, dije y escribí que no había sido una reunión para preparar otro documento; sino un acontecimiento eclesial de triple dimensión: un encuentro de peregrinos y orantes; un intercambio libre y fraterno de pastores y colaboradores; unas conclusiones de discípulos misioneros, más comprometidos en llevar vida al pueblo de Dios, en su situación bien conocida y concreta.

El recuerdo de Santo Domingo, bastante criticado, pudo haber echado alguna sombra al comienzo, pero el Espíritu nos sorprendió con la maravilla de su luz y de su consuelo.

Las conclusiones fueron bien recibidas, a pesar de las correcciones de Roma, muy comentadas en un primer momento. Considero importante haber recuperado la categoría bíblica del discípulo de Jesús, que no puede sino ser un enviado al pueblo, querido por Dios y por sus pastores. El tema de la vida se convirtió en el hilo conductor, que permitió hilvanar muchas preocupaciones pastorales frente a situaciones muy difíciles del continente. Retornar de alguna manera al método ver-juzgar-actuar, no sólo resultó de provecho, sino aportó serenidad a quienes lo añoraban. Las alegrías y sufrimientos de los pueblos de Latinoamérica y el Caribe estuvieron siempre presentes, y fueron tratados con respeto y sensibilidad pastoral.

Pero no es momento de hacer sólo una memoria agradecida de aquel evento. ¿Qué pasó desde entonces en nuestras diócesis, parroquias y demás comunidades?

Me atrevo a decir que para la Iglesia que camina en la Argentina, Aparecida confirmó y completó Navega Mar Adentro (2003), documento que había actualizado el primer impulso hacia una nueva evangelización (Líneas Pastorales 1990). Provocó sin duda la convocatoria a la Misión Continental (2009) e inspiró las  líneas para celebrar el Bicentenario de la Patria en justicia y solidaridad (2008). En esos años, marcó también los cursos de formación y los encuentros pastorales, como varios planes diocesanos de pastoral, que se estaban elaborando o actualizando. Recuerdo que así lo vivimos en Mendoza, al revisar y renovar un plan que estaba en marcha. Desde la Conferencia Episcopal, el trazado de Orientaciones Pastorales 2012-2014, lleva el sello de Aparecida y de los demás textos en él inspirados.

Pienso que un estudio completo, permitiría descubrir el impacto -quizás implícito- de Aparecida, en aspectos ordinarios de la vida eclesial como: las instancias de diálogo, la expresiones de comunión y participación, la preparación de ministros y agentes, la necesidad de aumentar las tareas misioneras y de promoción humana.

Pero los cristianos comparten, como todo el mundo, el ritmo acelerado de los tiempos actuales. Con sus aspectos positivos y negativos. La Iglesia siguió invitando a nuevos programas: el Año Paulino, el Año Sacerdotal y el Año de la Fe. Los Papas Benedicto y Francisco escribieron encíclicas importantes, llamaron a celebrar varios Sínodos, e iluminaron la marca de las Iglesia con sus viajes, discursos y mensajes. A su vez, La Conferencia Episcopal, como los obispos en sus diócesis, debieron intervenir en asuntos importantes, tanto de orden religioso como moral, social y político.

En una marcha tan rápida e intensa, es difícil decir si Aparecida ha sido bien aprovechado. Seguramente puede ser retomado ahora con abundante fruto. Aunque a veces pienso que la multiplicación de documentos impide su asimilación y puesta en práctica. En el caso concreto de los proyectos pastorales, extraño un seguimiento más atento y continuo de los pasos que vamos dando.