Se cumplen diez años de la V Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe (CELAM) en Aparecida. Decir que Francisco nació en aquel santuario brasileño puede parecer un atrevimiento. O no.
Porque la perspectiva que ofrece el Documento de Aparecida engloba la urgencia de una Iglesia en salida. El cardenal arzobispo de Buenos Aires sacó adelante un documento final como presidente de la Comisión de Redacción que no nació de su puño y letra ni llegó prefabricado como en otras tantas citas episcopales.
Fue fruto de otra obsesión de Bergoglio ahora en alza: la sinodalidad. Aparecida certificó que es posible una Iglesia en debate y comunión. Y no solo posible, sino urgente en tanto que solo desde el discernimiento compartido se puede romper con inercias que establecen las estructuras y los tiempos para responder al viento del Espíritu que se encapricha siempre con salir de la zona de confort, empezando por los pastores. Motivo más que suficiente para que tanto el encuentro como el propio CELAM fueran mirados con recelo y sospecha desde la vieja Europa, desde el seno curial.
En el santuario de Aparecida resonaron en boca del primado argentino esas expresiones que hoy resultan familiares: el Espíritu que empuja, las periferias existenciales, diálogo, armonía en la diversidad, autorreferencialidad, discípulos, evangelización, abrir camino…
Aparecida registró el término “discípulo misionero” que hace corresponsable del anuncio de la Buena Noticia a todo el Pueblo de Dios. Un discipulado que no vive piedad popular como anexo, sino como elemento consustancial a la vida eclesial. Al igual que los pobres. Ellos están y son el corazón de la Iglesia y, por tanto, se convierten en opción preferencial.
El proyecto eclesial que se esbozó en aquella Conferencia del CELAM se encuentra en la base del pontificado que Bergoglio propone hoy para la Iglesia universal una década después. Una renovación eclesial que no nace de un solo hombre sino que cuenta con una solidez comunitaria probada en lo teológico, en lo pastoral y en lo espiritual. Una década después Aparecida se revela como un programa abierto que sabe a profecía que bebe directamente del Evangelio, que sabe a Pentecostés.