Las consecuencias de la fuerte caída de las vocaciones sacerdotales propia de la época contemporánea saltan a la vista. Esta disminución puede explicarse con claridad no sólo desde la creciente ola de secularización en los países industrializados y ahora también en el Tercer Mundo, sino desde una crisis demográfica que influye también en cómo se reduce el porcentaje que eligió el sacerdocio.
Pero todos sabemos que la Iglesia no sólo se compone de sacerdotes: en particular, son las religiosas las que a menudo sustituyen, como pueden, la presencia sacerdotal en grandes áreas del mundo. Hoy en día, por desgracia, las vocaciones femeninas, hasta hace una década mucho más numerosas – sobre todo en comparación con los varones – están disminuyendo rápidamente y de forma espectacular.
De este descenso – obviamente las mismas razones que explican la disminución de las vocaciones sacerdotales también sirven para las mujeres – es responsable de otro factor: la marginación en la que están relegadas las religiosas en la vida de la Iglesia. A las mujeres jóvenes les resulta difícil aceptar puestos en servicios que no son reconocidos, y en especial a aceptar que su voz no se escucha en los momentos en que se decide el presente y el futuro de la Iglesia, es decir, en aquellas ocasiones en que se ejercita el discernimiento.
El daño que esta disminución de las vocaciones femeninas puede hacer que la vida de la Iglesia es inmenso, y debe ser percibido desde la gravedad de las consecuencias que ello conlleva. En efecto, en las monjas pesa la responsabilidad de dar testimonio de la presencia de la Iglesia en las situaciones más difíciles, a menudo en las tareas más humilde y complicadas, y son exactamente la medida concreta del testimonio cristiano. Todo, sin contar el trabajo gratuito, indefenso y poco reconocido de las religiosas en todos los niveles en las instituciones donde colaborar.
Desde la limpieza y la cocina, hasta la traducción y redacción de documentos que serán firmados por otros, sin olvidar la reconocida capacidad para resolver problemas y contratiempos cotidianos de todo tipo. ¿Cómo prescindir de este ejército de colaboradoras puntuales y obedientes?
Pero hay otra razón, la más importante, que ha de temer la Iglesia sobre las consecuencias de la disminución de las vocaciones femeninas: las religiosas son un pozo vivo de ideas para evangelizar, propuestas vivas porque nacieron de una vida experimentada muy cerca pueblo, conocen bien sus necesidades y expectativas.
En este sentido no es casualidad que en los últimos años en los centros de espiritualidad, se dé una demanda creciente de personas que acuden en busca de retiros en el marco de una dirección espiritual femenina.
La Iglesia necesita tanto a las religiosas como a los sacerdotes, y debe rezar por las vocaciones femeninas. Pero, sobre todo, debe eliminar los obstáculos para promover esta opción de vida para las jóvenes de hoy.