Algo, o mucho, se ha hecho mal para salir de la crisis cuando el informe FOESSA advierte de que la mitad de las familias está peor que antes de la crisis. Este dato constata que el sistema económico actual solo atiende a los datos macro, haciendo invisible la realidad de los descartados y pasando por alto que, detrás, hay una recesión de valores y de derechos todavía más alarmante.
La crisis trajo consigo un ajuste en salarios y derechos sociales que ha resquebrajado el Estado del Bienestar. La precariedad ha arraigado en el ámbito laboral y el concepto de vida ‘low cost’ ha cronificado la pobreza y disparado la vulnerabilidad. Las políticas de protección social solo serán un parche si detrás no hay una propuesta de desarrollo trampolín para que los excluidos puedan salir de la pobreza a través de un trabajo digno.
Atajar esta situación pasa, sí o sí, por cambios estructurales. Y es ahí donde radica el problema: en la dificultad para que los actores políticos y económicos estén dispuestos a asumir el cambio de paradigma hacia un sistema solidario y sostenible, el que marca la Doctrina Social de la Iglesia como verdadero motor de transformación social.