A monseñor Jesús Emilio Jaramillo lo asesinaron los guerrilleros después de torturarlo; y al padre Pedro María Ramírez, párroco de Armero, lo lincharon unos liberales ebrios de fanatismo y de alcohol.
Hoy el Papa los propone como ejemplos de virtudes cristianas, al autorizar su proceso de beatificación. Es un hecho que se enmarca dentro de la visita del Pontífice a Colombia, en el mes de septiembre. Así, estas beatificaciones pueden ser vistas como parte del mensaje que el papa Francisco quiere entregar a los colombianos para blindar la paz.
Ese blindaje deberá neutralizar esa vieja inclinación sectaria de los colombianos que excluye y destruye a los que no son del mismo bando. No porque piensen diferente, porque ser liberal o conservador no fue cuestión de ideas, sino de llevar un nombre o un color.
En nombre de ese fanatismo irracional se mató o se murió, o sea fue un matar o morir por nada. El párroco de Armero fue víctima aquel 10 de abril de 1948 de ese fanatismo que enloqueció a sus verdugos, con una eficacia parecida, si no superior a la del alcohol; y es el mismo que hoy sirve a los políticos que llevan a las urnas masas de votantes que solo piensan con sus sentimientos de odio, de rabia o de venganza.
Al obispo Jaramillo, por su parte, lo mató otra clase de fanatismo y en nombre de alguna revolución que cree tener las claves para cambiar la historia, aun con el sacrificio de la vida y de la dignidad de las personas. Como el obispo Jaramillo privilegiaba la vida y dignidad de las personas por encima de las consignas de la revolución, fue torturado y asesinado.
El altar de los sacrificados
Señalar y exaltar como mártires es una proclamación del ideal de dignidad y de vida que blinda la paz con justicia que reclama la sociedad.
Hay otros mártires que, como Jaramillo y Ramírez, atestiguan que otra forma de vivir es posible. Es inevitable recordar al arzobispo de Cali Isaías Duarte Cancino, asesinado cuando denunciaba la corrupción de los políticos al servicio del narcotráfico, otra forma de destrucción de la paz. Mal puede esperarse la paz de políticos que trabajan solo para sí, aun a costa del bien de todos. La vida y el discurso del obispo Duarte a la vez que anunciaba un ideal de vida en contravía del que obsesionaba y enardecía a políticos y narcos, descubría su mentira y perversión. Fue un testimonio insoportable para los que, matándolo, lo hicieron mártir.
En Tarso, la población predominantemente campesina levantó un monumento público a Jesús Aníbal Gómez considerado un mártir desde que los revolucionarios españoles quisieron borrar su testimonio de fe como un mensaje contrario al que imponía entonces la fe revolucionaria. Considerar relativas todas las cosas, proclamar como absoluto único el amor de Dios, fue el motivo para darle muerte. Otra vez la fe puso al mártir en contravía y en el altar de los sacrificados.
Hijos de una patria común estos testigos dejan ver, por contraste, las debilidades y enfermedades de la sociedad en que crecieron.
La búsqueda del bien común
Blindar la paz en una sociedad que produce esos mártires es prestarle oídos al anuncio profético de estos hombres.
Para que haya paz nunca nadie será perseguido ni discriminado por sus convicciones políticas. Ser liberal o conservador o comunista no podrá ser motivo de persecución alguna, sino punto de partida para la búsqueda del bien común con aportes de todos. Al absurdo del linchamiento de un hombre a manos de una muchedumbre enloquecida debe suceder el reconocimiento y aprecio de la diversidad; y al asesinato del obispo en manos de una guerrilla dogmática y enceguecida por su prepotencia, debe corresponder el ejercicio de la política con las solas armas de la razón y de la voluntad de servicio.
Los mártires no solo dan testimonio de otra vida, sino de una viva vivida de otra manera, que es el blindaje por la paz que anima la visita del papa Francisco.