Supremacistas en la Iglesia


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Sí, los tiempos están cambiando. Otra vez. Lo cantó Bob Dylan hace medio siglo, pero aquel presente burbujeante es ya pasado y estamos recuperando el sabor rancio de una política corta de miras ejecutada por miopes. Vuelven el miedo, la desconfianza, el disparar primero antes de preguntar. Y no lo digo solo por el señor de los misiles norcoreanos, prueba de los engendros que crecen en los lugares, también mentales, poco oreados.

Ha tenido que ganar Donald Trump para que saliven los supremacistas blancos de la Norteamérica profunda. Entre ellos, prohombres de misa dominical. También católicos. No hay que olvidar que su voto fue decisivo para el triunfo del magnate. Los radiografió La Civiltà Cattolica y llovieron piedras sobre ella.

Y ha tenido que llegar Francisco para que los supremacistas católicos, desinstalados de sus seguridades, sientan que se les llena la Iglesia de ovejas advenedizas y se niegan a hacerles sitio. Es más, les molesta que salgan a buscarlas y reniegan de Amoris laetitia por coche escoba que recoge a pecadores y barre a los que Dios ha unido.

Tampoco les gusta tanta alegría del Evangelio, que creen que va camino de convertirse en puro cachondeo, el ser guay con el gay o ser considerado con los musulmanes. Es curioso que en España, la Plataforma Contra la Islamofobia haya detectado “discursos de odio islamófobo” contra Bergoglio por su política de tender puentes con ellos.

Las mayores diferencias con nuestros supremacistas católicos de cuando los tiempos empezaban a cambiar aquí, es que estos no tienen la oportunidad de ser progolpistas (al menos de momento), aunque sigan encarnando a la ultraderecha, y que se le suben a las barbas al mismísimo Papa. Antes, un Pontífice era intocable, aunque intrigasen en la sombra contra él. Ahora han perdido el pudor y se permiten, también ellos, sicoanalizarlo sin atisbo de caridad en el diagnóstico.