Después de casi veinte años de ministerio sacerdotal, más los que he vivido previamente alrededor del llamado “fenómeno más universal” –en expresión de Karl Rahner–, creo que puedo hacer un sencillo aporte para laicos, sacerdotes, religiosas y religiosos alrededor del tratamiento pastoral del acompañamiento a las personas que nos dejan y a sus familias, así como de la preparación y posterior celebración de exequias y funerales.
Este 2017 he celebrado el entierro de mi abuela Juana el mismo día en que cumplía 100 años, que fue como su fiesta de entrada en el cielo. El cirio se convirtió en la gran vela del banquete del “cumpleaños eucarístico”. Unos meses más tarde, tuve que despedir a mi tío Bernabé, que era mi padrino de bautismo, dos días después de la celebración de su santo. Utilicé la etimología de su nombre (“el que anima y entusiasma”) para indicar cuál fue la misión de mi tío, una persona que mostraba el camino de la bondad con la fuerza del testimonio.
Ambas celebraciones tuvieron lugar en Algodonales, uno de los pueblos blancos de la provincia de Cádiz, rodeado de sierra, olivares y el cielo del sur. Y es que la geografía, la situación de la iglesia o del cementerio pueden ayudar a asimilar de un modo natural el paso de las generaciones y de lo que es la propia vida.
Entiendo que, a la hora de presidir unas exequias –con o sin eucaristía–, es necesario tomar contacto previamente con la familia del difunto. Normalmente, los sacerdotes articulamos bien la teología y estamos llamados a hablar de la esperanza de la Resurrección, de la vida a la que Cristo nos da entrada por el Misterio Pascual.
Pero si todo esto se hace bien contextualizado, intentando ver cómo el difunto al que despedimos ha tratado de vivir la fe o los valores del Evangelio, facilita el proceso del duelo de la familia y nos sirve a todos para encontrar razones para la acción de gracias por la vida que ponemos en las manos del Padre.
Además, aunque las personas que mueren han tenido sus limitaciones y pecados, lo cierto es que también resplandece en ellas la huella del Creador. Tan solo en una ocasión, en todos estos años, recuerdo cómo una familia, antes de la eucaristía de funeral, me pidió que no hiciera ninguna referencia a la vida personal del finado por la que la ofrecíamos, porque decían que había sido muy malo con ellos y que mejor omitir cualquier comentario.
No me ocurrió esto con la familia de Joan. Había muerto en el hospital, con 55 años, tras hacer frente a una leucemia. Aunque llevaba enfermo desde hacía algún tiempo, la muerte se precipitó casi sin que la esposa y los tres hijos se diesen cuenta.
Él fue un hombre trabajador que disfrutaba especialmente de la convivencia familiar y veraniega en la Cerdaña (Pirineo gerundense). Allí solían utilizar el conocido tren groc (tren amarillo) o canario, que les proporcionaba la contemplación de un maravilloso paisaje. La imagen del tren la utilicé en la homilía de la misa corpore insepulto, celebrada en la Parròquia de la Mare de Déu de Gràcia de Sabadell: “Los viajes no siempre son fáciles. Las vías, con frecuencia, sobre todo en la Cerdaña, han de sortear diferentes elementos geográficos que son difíciles y pronunciados, pero que pueden convertirse en una oportunidad para contemplar algo único. Joan estaba convencido de la necesidad del esfuerzo, del trabajo bien hecho, de las exigencias que conlleva la aventura que es vivir, de aplicar con todos ecuanimidad y justicia. Además, la constancia, la perseverancia, la entrega fueron claves en la travesía de su existencia. Hoy las recibís como herencia, como recuerdo, sobre todo, como brújula para continuar hacia el horizonte del Amor, que –como nos decía san Pablo (cfr. Rom 14, 7-9)– es vivir para los otros”.
Luego, además, quería unir esta imagen ferroviaria con el destino de la vida de Joan. De ahí me vino el cambio de color: “No podemos quedarnos en la estación de la muerte. La muerte no es el final del viaje de Joan, sino la Vida. No nos quedamos ni en el miedo ni en el desconsuelo. Ahora vosotros podéis estar más unidos a él, por unos lazos que ya no os separarán jamás. Ahora, más que con las palabras, hablaréis con una comunicación nueva, de corazón a corazón con Joan, que os seguirá cuidando y protegiendo desde la estación definitiva, que es la del cielo, por donde circula el tren azul”.
Índice del Pliego
- Un tren por la Cerdaña
- Cerrar las llaves de paso
- Un triple eje
- ‘Mar i cel’ (Mar y cielo)
- La eucaristía, compendio celestial
- Evangelio vivo
- “¡Sal de donde te han metido!”
- Homilías e imágenes
- Estación final