En el Año de la Fe se celebró en Tarragona la beatificación de 522 mártires, de ellos 42 vicencianos: 27 hijas de la caridad, 14 misioneros de la Congregación de la Misión y una laica de la Asociación de Hijas de María de la Medalla Milagrosa. Ahora son beatificados 60 miembros de la familia vicenciana: 40 misioneros paúles, dos hijas de la caridad, cinco sacerdotes diocesanos vinculados a las asociaciones laicales vicencianas y once miembros de la asociación de la Medalla Milagrosa. Aquella beatificación y ésta tienen en común tres facetas importantes: celebración y fiesta de fe, cauce de perdón y reconciliación y fuente de impulso misionero por la caridad.
Es una fiesta de fe de la Iglesia. En ella recordamos a los testigos del Evangelio que por fidelidad a Jesucristo supieron dar la vida para sellar su fe en el Credo que dio sentido a su vida y a su muerte. Los mártires asumieron con firme coherencia las verdades expresadas en el Credo. La firmeza de su fe, la fidelidad a la persona de Jesucristo y el amor a los hermanos fue lo que les condujo al martirio. Hombres y mujeres débiles como nosotros vivieron en plenitud las bienaventuranzas, especialmente la última: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”. (Mt 5, 11-12).
Esta Beatificación de 60 mártires vicencianos es, ante todo, una celebración de la Fe, del amor y del perdón cristiano. Así sentían la declaración de martirio los primeros cristianos, así se ha considerado a lo largo de la historia de la Iglesia y así lo vivimos nosotros. El lenguaje del perdón siempre construye la paz y da fuerza a la caridad. Así desde la prisión de Cartagena, José Ardil Lázaro escribe una carta a los congregantes marianos y al pueblo de Cartagena, el 1-8-1936: “Queremos que sepan que no nos llevamos odios ni rencores contra nadie. ¡Somos inocentes! Perdonamos a todos; a nuestros enemigos y a los autores de nuestra muerte. Lo único que pedimos es que se den por satisfechos con nuestra sangre y no se derrame ya más. ¡Que nuestra sangre no sea estéril!”.
Cuando la Iglesia proclama bienaventurados a los que han muerto por causa de Jesucristo, no quiere de ninguna manera tomar partido ideológico. No honra a unos para condenar a otros. Ni tampoco hace ningún juicio histórico acerca de un acontecimiento tan doloroso cual es una guerra civil que enfrentó a hermanos contra hermanos. La Iglesia quiere amar a todos y, si alguna vez no lo ha hecho, pide perdón. Sabe bien que en toda guerra son innumerables las víctimas inocentes, merecedoras de honor y de respeto, cualquiera que fuesen sus posiciones ideológicas.
La beatificación pretende exponer a plena luz, ante todo el mundo, el testimonio de hombres y mujeres que murieron por la causa de Cristo. Como testigos de fe y caridad, los mártires nos muestran caminos de luz, cauces de perdón y gestos de reconciliación y caridad. Con su ejemplo nos invitan y ofrecen un camino misionero que el mundo necesita.