Indignado, el dictador venezolano, le dijo a su entrevistador español, el periodista Jordi Évole: “en Venezuela todo lo vinculado con la Iglesia está contaminado por una visión contrarrevolucionaria y de conspiración permanente”.
La indignación del presidente Maduro estalló cuando el periodista citó a Cáritas Venezolana, que informó la desnutrición del 54% de los venezolanos, el déficit nutricional del 68% de los niños menores de 5 años, intensificado en los últimos meses. Era del 59% hace seis meses.
Cáritas ha trabajado para ofrecer alimentos a 2.500 niños y ha distribuido comida a 180.000 personas; sin embargo, el Gobierno ha combatido a la institución como enemiga, bloqueó sus comunicaciones y su página web en 2016 y ahora, ante el periodista español, la calificó como conspiradora. Pero el malestar presidencial no es de ahora.
Claridad profética
Después de sus fracasados intentos de poner al papa Francisco de su lado y en contra del episcopado, Maduro tuvo que comprobar, como ha ocurrido con otros dictadores, que la Santa Sede no cede con facilidad a las presiones del poder.
El dictador, este y cualquier otro, tiene que admitir que se trata de una entidad que influye, con una organización fuerte y con liderazgo sólido. Las políticas con que tratan de reducir esa influencia son coces contra un aguijón. El régimen de Maduro ha programado actividades deportivas, de recreación y culturales los domingos con el propósito, denuncian agentes de pastoral, de alejar a los jóvenes de los templos, pero la situación de Venezuela no está para librar batallas proselitistas ni para una burda política internacional como la del intento de aprovechar los diálogos con la oposición ocultando al lobo con la piel del cordero manso. Con una claridad profética la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) ha llamado a las cosas por su nombre.
Al convocar a una jornada de oración, el cardenal Baltazar Porras fue claro: pidió “orar para que se ponga fin a la violencia y opresión por parte del Estado”.
Y cuando Maduro anunció la constitución de una Asamblea Constituyente, el episcopado la llamó “una decisión equivocada e innecesaria”.
En la instalación de la Asamblea 43 de la CEV, su presidente, monseñor Diego Padrón, puso las cartas sobre la mesa: “tenemos el derecho y deber cívico y moral de intervenir en los asuntos de la nación”.
“Somos imparciales pero no neutrales”.
Dos premisas que el Gobierno deberá tener en cuenta si rechaza la intervención episcopal como entrometimiento político de la Iglesia: son ciudadanos en ejercicio de sus derechos y que, como pastores, no pueden ser indiferentes ante la suerte de la ciudadanía, sobre todo de los más pobres.
A partir de esas afirmaciones, el tono del documento es claramente profético.
“Denunciamos el dúo fatídico represión-muerte que ha vuelto dolorosa la cotidianidad nacional”.
“En nombre de Dios, Basta Ya la muerte de jóvenes en busca de futuro y libertad, no son muertes naturales sino provocadas e injustas, son asesinatos de los hermanos menores”. Sin ambigüedad alguna, el obispo Padrón agregó: “nos interpelan a diario innumerables signos de muerte presentes en el discurso oficialista amenazador, los gestos agresivos, la imagen militarista, la mentalidad de dominio y conquista, los actos de prepotencia, la conducta arbitraria, las progresivas restricciones de la libertad, la mancha de aceite de la corrupción”.
“Todo esto configura un cuadro de barbarie y violencia, que había desaparecido, en parte, al menos, de nuestra cultura”.
Iglesia y política: líneas aclaratorias
La unidad de los obispos venezolanos alrededor de estas denuncias contrasta con las posiciones tibias y fragmentadas de los presidentes del continente a quienes limitan consideraciones estratégicas e ideológicas en las que el cálculo político predomina sobre la solidaridad con la población y la lucha por la dignidad de las personas, que sí inspira a los obispos.
Aportado por el papa Francisco, quien manifestó: “solidaridad con cada uno de ustedes y agradecerles su cercanía con la grey que les ha sido encomendada, especialmente con los más pobres y necesitados”.
Están escribiendo el Papa y los obispos venezolanos las líneas aclaratorias sobre la relación entre la Iglesia y la política, que no son las de un aislamiento aséptico y calculador, sino de compromiso con la población sometida a los abusos de la dictadura.
Frente a la posición autorreferencial en que predomina el interés institucional por sobre los derechos de las personas, el CEV ha puesto en acción el llamado papal a correr los riesgos de una Iglesia en salida y su reiterada invitación a asumir la actitud samaritana, que primero atiende a los heridos.
La imagen de una Iglesia impoluta y sin mancha porque se viste de blanco y no se acerca al barro de la historia diaria desaparece ante el ejemplo de la Iglesia venezolana, capaz de descubrir a Dios en sus abrumados y golpeados compatriotas. Esta es la Iglesia con que ha topado el dictador Maduro.