La comunicación de la escuela católica es encuentro con el otro: transmitir un mensaje que emocione y que responda a lo que la sociedad y nuestros alumnos reclaman. Hay riesgos, porque desapareció la protección (ahogo) de la “cristiandad”, pero también oportunidades; hay necesidad de testigos y de construir comunidades de vida y de fe, donde lo profesional esté iluminado por el encuentro (y reencuentro) con Jesús; donde la innovación técnico-didáctica vaya de la mano con la permanente conversión al Señor.
Todo esto es lo que procuró poner de manifiesto el XIV Congreso Nacional de Escuelas Católicas (del 16 al 18 de noviembre, en el Palacio de los Congresos de Oviedo), titulado Emociona. Comunicación y Educación. Escuelas Católicas agrupa a los titulares de los centros educativos católicos e integra a más de 2.000 centros educativos, con más de 1.200.000 alumnos y 82.134 docentes. Cada dos años realiza su Congreso nacional. En esta ocasión la comunicación fue el hilo conductor: se quiso subrayar que todo comunica y todos comunicamos, más aún en el entorno educativo y que la dimensión comunicativa es una de las más decisivas para los centros educativos.
Cada una de las tres jornadas se organizó en torno a un eje.
El primer día, comunicación institucional: se escuchó a especialistas como un miembro de las campañas electorales de Barack Obama o a Darío Viganó, responsable de la comunicación de la Santa Sede. Pero luego “se aterrizó” a los colegios, con aspectos más concretos. Excelentes ponencias de dos superiores, Asunción Codes, SJT, y Pedro Aguado, Sch. P, y muy buena la de Ana Guirao, del equipo de comunicación de Cáritas Española. Se insistió en la relación entre comunicación e identidad; qué queremos mostrar, qué queremos contar; cuál es el objetivo primero de la escuela católica. Mucho más importante que la técnica es comunicar para evangelizar: anunciar, compartir experiencias, salir al encuentro.
El segundo día, los docentes y la comunicación: muy interesante ponencia (a distancia) de Henry Jenkins sobre narrativa transmedia y una experiencia de los lasallanos en torno a integrar las pasiones de los alumnos, ser “agitadores” de sus narrativas y nosotros mismos desplegar nuestras narrativas con autenticidad. Establecer de esa manera una complicidad creativa y estimuladora frente al aprendizaje: una educación emocionada, antes que emocionante. Por la tarde, se presentó el Pacto entre Padres y Profesores, una iniciativa para involucrar y comprometer a los padres en el proceso educativo.
El tercer día, la mirada se puso sobre los alumnos: la necesidad de manifestarles nuestras altas expectativas; detectar y potenciar sus talentos; conocer sus lenguajes a partir de la escucha; incursionar en sus lenguajes y plataformas; implicarse en sus preocupaciones, por ejemplo, frente al acoso escolar.
Fue una experiencia muy interesante que dispara una serie de reflexiones. La constatación de que transitamos una época donde la complejidad y la pluralidad escalan geométricamente y nos llevan a la lógica del “menú a la carta”, donde las personas queremos elegir aquello que nos gusta o nos gratifica, descartando lo que no nos interesa. Por otra parte, la revolución digital (y sus correlatos socioculturales) ha provocado y sigue provocando un cambio antropológico enorme. Se han transformado las condiciones transcendentales de la experiencia, el tiempo y el espacio, con lo cual cambia la forma en que experimentamos la realidad y nos experimentamos a nosotros mismos. Esto se visualiza concretamente en cada escuela y nos lleva a preguntarnos:
- ¿Cómo estamos construyendo el entramado pedagógico – pastoral de nuestra escuela? ¿Con qué actores? ¿Con qué limitaciones?
- Lo cristiano/católico de un colegio, ¿es adjetivo o sustantivo?
Ante estos desafíos, nuestras escuelas buscan respuestas que no siempre encajan con su sentido más profundo. La valoración de lo emocional es incuestionable, particularmente para establecer vínculos con el prójimo y para lograr una auténtica formación integral. Pero algunas propuestas y comentarios escuchados en ciertas ponencias apelaban más a la sensiblería antes que a lo “emocional con cabeza”, como bien resumió la directora del Congreso, Victoria Moya. El sentido de la Educación Católica en una sociedad compleja, plural, “a la carta” está (y estará cada vez más) en su capacidad de fascinar con el testimonio de vida cristiano de sus educadores. Como hicieron nuestros fundadores, hay que leer la realidad y aplicar el Evangelio a ella, para hacer relevante el mensaje cristiano para las personas de hoy; escuchar, compartir, interactuar, aprender con humildad de otros; mostrar la belleza de la fe y de ser cristiano; crear condiciones de comunión y de corresponsabilidad; tener pasión por lo que somos; optar por lo radical, la persona de Jesús.
Queda clara la necesidad de generar contextos de corresponsabilidad, donde el Proyecto Educativo y Pastoral sea asumido por todos y donde todos nos vayamos sintiendo interdependientes. En palabras del padre Aguado, “construir un alma colectiva”, donde cada uno sienta la escuela y su proyecto como propios, no como un simple lugar de trabajo. Esto implica, para los directivos, “timming”, creatividad y audacia, desterrar el “todo bien”, plantear cuestiones desafiantes, sacudir modorras y comodidades, convocar con ilusión para algo apasionante… Y como bien dijo la hermana Codes, “lo que nos apasiona nos hace creativos” y más si esa pasión es Jesucristo.