Las “figuras” de un belén –como su escenografía– poseen, en tanto que lo son, un notable sentido “figurado”. Es decir, representan mucho más de lo que aparentan. Contienen el don de sugerir un sentido profundo que hoy podríamos pensar –sin duda, equivocándonos– fue escondido, o codificado, a propósito. Ni mucho menos. Precisamente, ese peso simbólico que contiene el nacimiento en sus figuras, sus escenarios y sus materiales lo posee, mayoritariamente, porque eran populares. O sea, eran fácilmente reconocibles. Permitían, en cuanto significados compartidos, transmitir con sencillez, enseñar con devoción y difundir con efectividad el mensaje evangélico asociado a la Navidad.
En España, principalmente por la profusión que alcanzó la llamada escuela catalana en el siglo XIX, junto a la murciana y andaluza, el belén “hebreo” ha sido –y es aún– la tipología más extendida. Frente a otra llamada “popular”, que es costumbrista, en el sentido que al relato evangélico se le reviste de la propia identidad geográfica y temporal. Sea el belén pretendidamente histórico –llamado también de “ambientación palestina” o, simplemente, “bíblico”– o sea costumbrista, tienen en común un relato evangélico que posee un riquísimo significado retórico, que es, ante todo, cultural.
La representación de ese relato de la Natividad –que, por lo general, se extiende realmente desde la Anunciación hasta la infancia de Jesús– utiliza recursos metafóricos propios del teatro preconciliar y el rito litúrgico que se fueron gestando durante siglos en el arte –desde el Románico y el Gótico hasta, especialmente, el Barroco– y en la Iglesia –sobre todo, en la Contrarreforma–, al alcance de todos en tiempos pasados.
Y hoy, en cambio, es de muy mala lectura. Porque, socialmente, carecemos ya de capacidad de interpretar esta maravillosa simbología. (…)
Hoy la sorpresa está en el significado: que el belén necesita una explicación, un muestrario, para profundizar en su sentido más determinantemente religioso, “de piedad popular cristiana”, según lo definió uno de sus grandes investigadores, el teatino Gabriel Llompart. “Es una fórmula plástica de trasladar al hogar familiar la representación del misterio de Navidad que en el templo tenía aire de más solemnidad”.
El jurista francés Leopold Dor –que poseía un belén con piezas de Teresa Neveu– lo formuló muy acertadamente, según lo cita el propio Llompart: “Montar un belén no es una diversión más, sino un acto de piedad: es una plegaria en acción. Es perpetuar, bajo una forma figurada, la ofrenda de los presentes al Divino Niño (…). Montar un nacimiento es participar de alguna manera en la ofrenda de pastores y magos al repetirla y reconstruirla”.
Índice del Pliego:
- 1. ¿Qué es un belén?
- 2. Una plegaria en acción
- 3. Del cielo y la tierra
- 4. El “misterio” o nacimiento esencial
- 5. Gruta, establo, ruinas… y un pesebre
- 6. Idas y vueltas de la Sagrada Familia
- 7. La opción por los pobres
- 8. El “tres” y los Reyes Magos
- 9. Agua de la vida en papel de plata
- 10. Metáfora de la vida, la fe y el amor