Es Navidad. Y hay que celebrar. Pero, ¿celebrar qué?
Para quienes creemos en Jesús, el que nació en Belén, y aceptamos su mensaje, él es el personaje principal de la Navidad. Pero, ¿se han dado cuenta de que lo hemos dejado sin papel? Nadie se acuerda de él. Más aún, como cuando estaba por nacer, le hemos cerrado la puerta en las narices: Papá Noel, cargado de regalos, lo desplazó del escenario decembrino; el árbol le quitó el lugar al pesebre, en el que su figurita de yeso estaba rodeada de ovejas y pastores, de reyes y camellos, de estrellas y angelitos; las fiestas que sólo pueden celebrar los ricos marginaron al que nació, vivió y murió en la pobreza; la publicidad que invita a gastar opacó su mensaje de amor y solidaridad.
Para quienes creemos en la buena noticia que los ángeles llevaron a los pastores, la Navidad no puede reducirse a una oportunidad para el comercio. Es la celebración del amor y la solidaridad: del amor en las familias reunidas; de la solidaridad con las personas que esperan una sonrisa y sienten la soledad, que tienen hambre y frío, que están tristes o pasan necesidad.
La celebración del amor de Dios que quiso hacerse hombre y nació en un pesebre, la fiesta de Navidad tiene que recordarnos que alguien espera nuestra compañía o nuestra comprensión; que las víctimas de la violencia cuentan con nuestra ayuda efectiva; que a los niños con hambre y a los ancianos sin atención médica no les podemos dar la espalda; que los acuerdos de paz nos comprometen a colombianos y colombianas a acoger a quienes dejaron las armas.
Celebrando el amor que se traduce en solidaridad y construcción de la paz podemos hacer que Jesús recupere su papel como personaje principal de las fiestas de Navidad, haciendo presente el amor de Dios. Son mis deseos para todos y para todas: que el amor de Dios se haga presente en sus vidas y en sus familias. ¡Feliz Navidad!