Como suele ocurrir, Francisco se salió de libreto no sólo en sus homilías, sino también con algunas de sus actividades durante sus tres días en Chile.
Un aspecto no suficientemente abordado durante la preparación a esta visita fue el contexto eclesial al que llegaría. El estilo pastoral de Francisco y el contenido de sus discursos ha contrastado con una iglesia más centrada en si misma que atenta a la realidad del país, duramente confrontada con años anteriores cuando fue ‘la voz de los sin voz’ ante la dictadura militar; una iglesia distante, poco creíble, que ha perdido la confianza de su pueblo como lo muestra la fuerte baja indicada en encuestas.
Llegó más lejos
Ha sido una visita menos exitosa de lo esperado por menor concurrencia de gente a los actos masivos y a las calles al paso del Papa, y también por la excesiva rigidez, a juicio de muchos comentaristas, tanto de la seguridad como del protocolo.
Francisco, sin embargo, llegó más lejos de donde ha venido llegando el episcopado en Chile. Abordó directamente tres temas que han conflictuado a la iglesia en el país. El primero y más complejo es el de los abusos sexuales de sacerdotes a menores. El Papa, expresando su dolor y vergüenza, pidió perdón al país ya que lo hizo en la sede de Gobierno; en el ámbito eclesial, a los consagrados también les hizo una mención; sin embargo, lo más inesperado y destacado fue su encuentro con algunas víctimas, encuentro que se ha mantenido en reserva por respeto a los participantes evitando así revictimizarlos.
El segundo tema, también difícil, fue la relación con el pueblo mapuche a quienes saludó en su idioma, acogió en un almuerzo privado y dio orientaciones firmes y claras en línea con la posición que ha defendido el obispo de Temuco, Héctor Vargas. Y, el tercero, ha sido cómo aludiría a la dura dictadura vivida en el país. En este caso, además de algunas menciones en sus homilías o discursos, destaca su encuentro con el presidente de la organización de detenidos-desaparecidos de Iquique y familiares de esas víctimas, y su alusión al lugar de la Misa en Temuco, el aeropuerto Maquehue donde se denunció que hubo torturas.
Ante los obispos, Francisco fue claro: “La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que decimos”. Luego explicitó la necesidad de abandonar el clericalismo y el autoritarismo, señalando la experiencia de pueblo, de comunidad y de sinodalidad.
Varios comentaristas, en prensa y televisión, coinciden en señalar que la situación del obispo Juan Barros ha empañado esta visita. Frecuentemente ha sido interpelado por la prensa ante quienes ha insistido en su inocencia. Replicado por las víctimas del padre Karadima quienes le enrostran ser encubridor. Se han escuchado voces, incluso de sacerdotes comentaristas de televisión, expresando que la renuncia de Barros habría sido un gran y hermoso testimonio ante el Papa.
Otros incidentes menores muestran la crítica que también estuvo presente en esta visita. La machi Linconao en Temuco quiso entregar una carta a Francisco y no pudo pasar el cerco de seguridad. Un hombre expresó a gritos su queja durante el acto solemne en la Universidad Católica. Frente a la entrada de esta misma universidad se extendió un lienzo con la leyenda: “Doble moral en la UC”. La presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica, Josefina Canales, al entregar su regalo al Papa en la ceremonia oficial, agregó una carta que lleva por título “La iglesia ausente”.
Finalmente, una situación inolvidable para sus protagonistas ha sido el matrimonio religioso de dos tripulantes del avión que trasladó al Papa hasta Iquique. Insólito. Una nueva expresión de cómo Francisco vive su libertad.