David Lodge, cuya autobiografía se acaba de publicar en italiano (‘Un buon momento per nascere. Memoir 1935-75’, Milano, Bompiani, 2017, pagine xvi + 496), es parte de la gran tradición de novelistas católicos ingleses que ha dejado el siglo XX.
Lodge, que ha enseñado literatura inglesa durante décadas en las universidades británicas y estadounidenses, no solo ha estudiado a los escritores católicos que le han precedido, sobre los que ha escrito ensayos iluminadores, sino que además ha sido capaz, con su lúcido humor, de narrar la vida cotidiana de los católicos en el Reino Unido, una minoría en muchos aspectos marginada de la vida académica y social. De hecho los católicos ingleses pertenecían en su mayoría a las clases más bajas, ya que el grupo estaba constituido sobre todo por irlandeses emigrados a Londres en busca de trabajo.
El autor no es una excepción, pero por haber nacido en un momento histórico particularmente favorable, es decir poco antes de la II Guerra Mundial, pudo disfrutar plenamente de las facilidades que los gobiernos laboristas de la posguerra pusieron para abrir las puertas de la universidad a los estudiantes que más se lo merecieran, aunque fueran pobres. Así, mientras salía del entorno de los colegios católicos de nivel medio-bajo, gracias a su inteligencia y su voluntad consiguió convertirse en profesor universitario.
Mirada crítica y afectuosa
En su autobiografía relata, con mirada a la vez crítica y afectuosa, su proceso educativo en los colegios católicos, de los que le chocan especialmente las carencias en la enseñanza de la religión cristiana. De hecho, fue educado en un clima sobre todo devocional, en el que la riqueza de la fe y de sus fuentes reveladas son sustituidas por un sistema normativo de comportamiento, que vigila sobre todo la esfera sexual. Una experiencia no muy diferente de la de quien, en países como Italia, ha frecuentado el catecismo de época preconciliar. Lodge, también en este punto, se confiesa obediente a las normas católicas hasta el punto de que, en el largo noviazgo que precedió a la boda con su bella esposa Mary, católica de origen irlandés, no cedió nunca a la tentación de las relaciones prematrimoniales.
Una pareja modelo, por tanto, por razones que serán discutidas al entrar en contacto con los católicos americanos, como explica claramente en el libro: “Para el que no ha recibido el tipo de educación católica que recibimos Mary y yo, es difícil entender de qué forma la fe inculcada cubre y controla todas las cosas. La situación se sentía más en el norte de Europa, donde el catolicismo había absorbido partes de la espiritualidad escrupulosa de los protestantes, y menos en los países meridionales, donde los laicos tenían una actitud realmente relajada acerca de las contradicciones entre principios y comportamiento. Para nosotros, la Iglesia era como un club: tenía un libro de normas que cubría todas las posibles contingencias de la existencia y, si nos ateníamos a ellas o recibíamos la absolución tras infringirlas, nos asegurábamos la vida eterna y la ayuda de Dios en las pruebas difíciles de esta vida. Parecía obvio que no se podían ignorar las reglas consideradas incómodas sin perder la inscripción al club, y por esta razón muchos católicos habían ‘abandonado’ la fe a causa del problema del control de la natalidad”.
La red de amistades en que se mueve permanece marcada por la identidad católica, incluso cuando pasa largos períodos como docente invitado en las universidades estadounidenses, así como muchas de sus novelas más exitosas tienen en el centro de su trama la relación entre la religión católica y el mundo contemporáneo. Se puede citar de entre todas ‘La caída del Museo Británico’, en la que el protagonista, alter ego transparente de Lodge, padre de tres hijos y privado de un trabajo estable, vive obsesionado por la posibilidad de fallo del método natural utilizado de control de la natalidad, de conformidad con Humanae vitae.
La ironía, unida a una fiel adhesión al credo católico típica de quien pertenece a una minoría poco valorada socialmente, le permiten hacer entender muchas cosas en torno a la crisis de la familia y al alejamiento de muchos fieles de la Iglesia en la segunda mitad del siglo. En sus relatos, ser católico no es una adhesión abstracta, sino una forma de vida cotidiana que se experimenta particularmente en las dificultades de cada día. Una vez más, de un catolicismo marginal pero vivo como es el inglés, llegan inspiraciones críticas junto a la invitación a una adhesión más consciente y sentida a nuestro credo.