El tema del blog, esta semana, no podría ser otro que la visita de Francisco a tierras americanas en un recorrido, como los anteriores, impecablemente programado y coordinado por el colombiano monseñor Mauricio Rueda Beltz, el que camina discretamente al lado del Papa durante sus viajes, atento y al mismo tiempo prudente.
Un recorrido que tuve la suerte de poder seguir paso a paso por Chile a través del canal Cristovisión: la misa en el parque O’Higgins de Santiago, otra misa en Temuco y una tercera en Iquique; el encuentro con las internas del centro penitenciario San Joaquín y el encuentro de Maipú, con jóvenes, que me llenó de emoción porque allá estaban mis nietas Natalia y María José; la reunión con las autoridades civiles en el Palacio de la Moneda, otra con obispos, presbíteros, diáconos, religiosas, religiosos y seminaristas en la Catedral, y otra más con el mundo universitario en la Pontificia Universidad Católica de Chile; su almuerzo con un grupo de mapuches; una reunión privada en la Nunciatura con víctimas de abuso sexual por parte de ministros de la Iglesia y otra en Iquique con víctimas de la violencia de Estado durante el gobierno de Pinochet; y multitudes aclamando al Papa, los coros y los bailes que expresaban la devoción del pueblo chileno, la Virgen del Carmen siempre presidiendo las ceremonias.
En su vigesimosegundo viaje apostólico, no me cabe duda, Chile recibió clamorosamente a Francisco. El Papa, por su parte, demostró al pueblo chileno su entusiasmo contagioso. Lo vimos saludando, bendiciendo, sonriendo –sí, siempre sonriendo– a pesar de un programa agotador. Lo vimos misericordiando, que es lo que lo caracteriza, cuando se agachaba para abrazar a niños y personas desvalidas, cuando rompía el protocolo para poder acercarse a un grupo que estaba al borde del camino como el herido de la parábola, cuando se bajó del papamóvil preocupado por la carabinera que se cayó del caballo al pasar la comitiva.
No me cabe duda, repito, Chile recibió clamorosamente a Francisco. A pesar del ruido que quisieron armar quienes protestan –y muy justamente pero, hay que decirlo, no oportunamente – por los abusos contra menores por parte de miembros del clero chileno, comoquiera que el escándalo Karadima no se ha apagado y lo atizó la asistencia del obispo Barros a las celebraciones al lado del Papa. A pesar del clima de tensión generado por comunidades mapuches que rechazaban la presencia del Papa. A pesar de cuestionamientos por los gastos de la visita. A pesar de la pérdida de credibilidad de la Iglesia –de la jerarquía eclesiástica– chilena en recientes encuestas.
Las palabras de Francisco están disponibles en los medios de comunicación y las redes sociales. En este blog solamente quiero hacer eco a lo que me pareció más significativo.
En primer lugar las tres homilías en las que compartió sus meditaciones sobre las bienaventuranzas “que nacen del corazón compasivo de Jesús que se encuentra con el corazón de hombres y mujeres […] que saben de sufrimiento”; sobre la llamada a la unidad del evangelio de Juan; y sobre la primera aparición pública de Jesús en una fiesta y la constante invitación del evangelio a la alegría porque su mensaje “es fuente de gozo”.
En segundo lugar el recorderis a los obispos: “Somos parte del santo pueblo fiel de Dios y la Iglesia no es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos”.
En tercer lugar su invitación a los y las jóvenes a ser protagonistas del cambio, a soñar en grande. Sobre todo, el símil que les propuso entre la fe y el celular a sabiendas de que lo pedían entender: “Hay momentos en los que sin darnos cuenta comienza a bajar ‘nuestro ancho de banda’ y […] al quedarnos sin esa ‘conexión’ que le da vida a nuestros sueños, el corazón comienza a perder fuerza, a quedarse también sin batería”. También la comparación entre la contraseña del wifi y la contraseña del padre Hurtado, el santo chileno, para “encender la fe” y “ser protagonistas de la historia”: “¿Qué haría Jesús en mi lugar?”, que les pidió que la apuntaran en sus teléfonos y se las hizo repetir una y otra vez.
Finalmente, dos momentos significativos. Cuando frente a las autoridades civiles pidió perdón a las víctimas de abusos sexuales del clero: “Aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir”. Cuando se refirió nuevamente a las víctimas en su encuentro con el clero en la Catedral: “Conozco el dolor que han significado los casos de abusos ocurridos a menores de edad […]. Dolor por el daño y sufrimiento de las víctimas y sus familias, que han visto traicionada la confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia”. Sin embargo, a las víctimas les pareció poco y al Papa le han llovido críticas por su defensa del obispo Barros.
Y una pregunta final: ¿se le olvidó a Francisco hablar de las mujeres en Chile?
Cuando escribo estas líneas el papa Francisco vuela a Lima a continuar su recorrido por tierras americanas para ir al encuentro de los pueblos de la Amazonía en Puerto Maldonado y reunirse con el pueblo peruano en Trujillo y en Lima. Voy a continuar siguiendo sus pasos a través de Cristovisión y a la espera de su mensaje bajo el lema “unidos por la esperanza”.
¡Buen viaje, papa Francisco!