Oxfam, que lleva 70 años trabajando para combatir la injusticia y la pobreza a nivel mundial, a finales de enero publicó su informe anual. Como todos los años, lo hizo en Davos en vísperas del Foro Económico Mundial para llamar la atención de los participantes en este encuentro acerca de las consecuencias de la creciente desigualdad y, a partir de sus denuncias, exigir a los Gobiernos emprender acciones para frenar la desigualdad.
Desigualdad cuyas cifras precisa el informe:
- Casi la mitad de la riqueza mundial está en manos del 1 por ciento de la población y la otra mitad se la reparte el 99 por ciento restante.
- El 82 por ciento de la riqueza generada durante el último año fue a parar a manos del 1 por ciento más rico de la población mientras que la riqueza del 50 por ciento más pobre no aumentó.
- El 10 por ciento de la población mundial posee el 86 por ciento de los recursos del planeta, mientras que el 70 por ciento más pobre solo cuenta con el 3 por ciento.
- La mitad más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo.
Y Winnie Byanyima, presidenta ejecutiva de Oxfam, aprovechó esta cifra para anotar que “una pequeña élite que podría caber en un sólo vagón de tren” es la que posee “tanta riqueza como la mitad de la población más pobre del planeta”.
El diagnóstico de la desigualdad del informe de Oxfam contempla la situación de las mujeres, concretamente la brecha salarial y de oportunidades laborales: “Tanto en los países ricos como pobres, la desigualdad de género se traduce en que las mujeres reciben salarios menores que los de los hombres por trabajos similares” y “mientras las mujeres ocupan mayoritariamente los empleos más precarios, prácticamente todos los super ricos son varones”.
‘Gobernar las élites’
El informe, que lleva por título “Gobernar las élites”, analiza la amenaza para los procesos políticos que representa la extrema concentración de la riqueza asociada a la influencia política indebida de las élites en la elaboración de las políticas gubernamentales que favorecen a los ricos, lo cual crea, dice el informe, “un círculo vicioso en el que la riqueza y el poder están cada vez más concentrados en manos de unos pocos, haciendo que el resto tengamos que pelearnos por las pocas migajas sobrantes”, además de que “arrebata a los ciudadanos los ingresos procedentes de los recursos naturales, genera políticas fiscales injustas, fomenta prácticas corruptas y desafía el poder normativo de los gobiernos”.
Son cifras impactantes, ciertamente dolorosas. Datos que resultan alarmantes. Me pregunto, ¿qué hacer con ellas? Si no somos víctimas de la inequidad o si no vemos de cerca los rostros de quienes la padecen, es fácil continuar en nuestra zona de confort y pasar página. Al fin y al cabo, ¡una noticia más!
O a lo mejor pensamos que como nada podemos hacer para cambiar esta situación, lo único es cruzarnos de brazos porque la responsabilidad la tienen otros, los gobiernos, a quienes Oxfam hizo un llamamiento a hacer frente a la desigualdad extrema en sus países, a invertir en educación y asistencia sanitaria, a eliminar las barreras a la igualdad de derechos y oportunidades de las mujeres.
Y algo tenemos que hacer los y las creyentes al respecto, desde nuestras circunstancias personales, para aliviar esta situación y no contribuir a aumentar las injusticias que se cometen contra ciudadanas y ciudadanos del mundo. No son solo cifras de la desigualdad. Son hombres y mujeres que no pueden satisfacer sus necesidades básicas, niños y niñas sin acceso a la educación o la salud, jóvenes que no tienen oportunidades de trabajo.