No se puede ni se debe acometer una reforma eclesial como la actual ignorando un aspecto capital para la vida de la Iglesia como la liturgia. Como apunta el religioso sacramentino Lino Emilio Díez en el Pliego, “no puede haber una Iglesia ‘en salida’ y una liturgia ‘en retirada’”. Es más, si la Iglesia es lo que celebra, cabe preguntarse si nuestra actividad celebrativa refleja esa fiesta de la alegría a la que nos invita el Papa. Basta con echar un vistazo a nuestras comunidades para constatar que algo falla. La solemnidad y dignidad que, por ejemplo, requiere una eucaristía no puede ni debe estar en contradicción con su sentido sinodal, donde todo el pueblo sienta la Palabra como propia, inculturada, partícipe, y no ser un mero espectador en fondo y forma.
No tiene sentido aferrarse a una falsa bandera de fidelidad a la doctrina para retornar a caducos modelos preconciliares ni caer en divertimentos o shows para aumentar a toda costa la audiencia eclesial. El Evangelio se revela, una vez más, como el ancla en torno a la cual deben girar palabras, gestos, ornamentos y la música para que la liturgia sea motor de vida, y permita acercar al hombre y a la mujer de hoy al Misterio.