La revolución
Este domingo se cumplieron cinco años de un revolucionario gesto que ha cambiado, de hecho, la concepción del papado en la época contemporáneo. Una novedad transmitida en latín, como si la tradición y la historia se impusieran con cada sílaba pronunciada por Benedicto XVI en lo que prometía ser un rutinario consistorio de cardenales. Dicen que cinco periodistas seguían desde la Oficina de Prensa del Vaticano el sonido de aquel evento, serían los encargados de transmitir un momento histórico.
Anunciada una serie de canonizaciones, Benedicto XVI formuló su renuncia con unas palabras bien medidas y marcó el final de su pontificado para final de aquel mes de febrero. Frente a cualquier especulación y dudas, las palabras elegidas por Ratzinger eran algo más que un formulario canónico al decir que “muy consciente de la gravedad de este acto, con plena libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma, sucesor de san Pedro”.
Hasta el momento, la corriente de pensamiento que venía de Polonia con aquello de que una Papa no se baja de la cruz o ‘muere con la botas puestas’ hacía casi impensable un gesto como este. Algo estaba cambiando, Benedicto XVI había vuelto a sorprender.
La carta
En estos cinco años son contadas las ocasiones en las que Benedicto XVI —o quienes siguen en contacto personal con él— ha roto su discreto silencio. Más allá de algún que otro prólogo vendido con intenciones interesadas, esta semana hemos conocido el contenido de una carta del papa emérito al ‘Corriere della Sera’, el popular periódico italiano.
En un párrafo escrito a ordenado con la firma a mano, Ratzinger define su situación de forma clara, directa y sin un ápice de pesimismo: “En la lenta disminución de mis fuerzas físicas, interiormente estoy peregrinando hacia Casa”. Con este espíritu describe cómo transcurre “este último período de mi vida”. Una papa capaz de conmoverse por la cercanía de los lectores de este periódico: “Es una gran gracia para mí estar rodeado, en esta última parte del camino a veces un poco cansada, por un amor y una bondad tales que no habría podido imaginar”.
No hay que buscar dobleces ni segundas intenciones a una carta que confirma las razones que expresó hace ahora cinco años al anunciar su renuncia: “Tras haber examinado repetidamente mi conciencia ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, dada mi avanzada edad, ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino”.
¿Es necesario buscar cualquier otra explicación o tres pies al gato?
El precedente
¿Y Francisco? Como el Papa actual concede bastantes entrevistas ha respondido abiertamente a la pregunta por su eventual renuncia en varias ocasiones. Para él, Ratzinger “abrió la puerta de los papas eméritos” y enseñó a los pontífices siguientes lo que hay que hacer. “Cuando yo sienta que no pueda más, ya mi gran maestro Benedicto me enseñó cómo hay que hacerlo. Y si Dios me lleva antes, lo veré desde el otro lado. Espero que no desde el infierno… Pero que sea un cónclave católico”, señaló en su entrevista al diario ‘El País’ hace poco más de un año.
También en el vuelo a la vuelta del viaje a Tierra Santa, en mayo de 2014, Francisco hablo sin medias tintas de la cuestión. “Creo que Benedicto XVI no es un caso único. Creo que él ya es una institución. Hace 70 años no existían los obispos eméritos. Ahora hay muchos. ¿Qué pasará con los Papas eméritos? Benedicto XVI abrió una puerta, la de los Papas eméritos. Si habrá más, solo lo sabe Dios. Pero esa puerta está abierta. Creo que un obispo de Roma que sienta que bajan sus fuerzas debe hacerse las mismas preguntas que se hizo el papa Benedicto”.