(Aclaración: en este artículo no encontrará referencias a la relación de los argentinos con el Papa Francisco. Merece otro espacio….)
Se cumple el quinto aniversario de la elección del Papa Francisco y, en esta ocasión, se percibe en varios analistas una sensación menos entusiasta sobre su pontificado que en anteriores aniversarios. Algunos hablan de falta de concreciones, otros de un muro inexpugnable con el que se enfrenta en su proceso de reformas, por no hablar de los que se regocijan comprobando que, supuestamente, a Francisco le falta sustancia, cuando no formación teológica y filosófica profunda. Ciertos vaticanistas hablan de este momento como un “punto de inflexión”, otros que el Papa ha dado ya todo lo que tenía para dar…
Detrás de estas apreciaciones existirán distintas motivaciones y puntos de vista, muchos de ellos legítimas preocupaciones, fruto de la buena fe y del compromiso con el Evangelio, miradas que lo pueden ayudar a Francisco y nos pueden ayudar a todos los que formamos parte del Pueblo de Dios. Por ello también es bueno saber cómo se siente el protagonista en esta circunstancia: “Ha sido un tiempo tranquilo este del pontificado. Desde el momento en que en el Cónclave me di cuenta de lo que se venía —una cosa de golpe, sorpresiva para mí—, sentí mucha paz. Y esa paz no me dejó hasta el día de hoy. Es un don del Señor que le agradezco. Y de verdad espero que no me lo saque”, confesó el Papa a los jesuitas en Chile hace pocas semanas.[1] Esta confesión merece destacarse como base para cualquier análisis, porque encierra una autopercepción serena y menos ansiosa que la de muchos de nosotros.
Gran parte de esta tranquilidad proviene de Dios (lo dice el Papa), pero otra parte importante proviene de la propia visión de la realidad y del tiempo que Jorge Bergoglio ha construido para sí mismo y para explicar los procesos históricos. El tiempo es superior al espacio, lo cual “permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo”, señaló en su documento programático Evangelii Gaudium.[2] Aún más, ya entonces, pocos meses después de su elección a la cátedra de Pedro, afirmaba que “se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”[3]. Lo contrario, darle prioridad al espacio por sobre el tiempo, “lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación”[4]. Un segundo elemento para calibrar este aniversario: ¿qué procesos se pusieron en marcha el 13 de marzo de 2013? ¿Qué puertas se empezaron a cerrar y cuáles comenzaron a abrirse? ¿Qué dinámica fue entretejiendo estos cinco años de ministerio petrino?
En este punto es necesario volver a su exposición ante los cardenales, en las reuniones previas al Cónclave y que el cardenal Ortega difundió, en base a unas notas que el propio Francisco le entregara. En aquella ocasión, Jorge Bergoglio expresó su visión sobre la Iglesia y explicitó los procesos que el futuro debía conducir y confirmar:
- La evangelización es la razón de ser de la Iglesia.
- Evangelizar supone para la Iglesia salir de sí misma e ir hacia las periferias.
- Al salir, la Iglesia evita la enfermedad de la autorreferencialidad, una suerte de narcicismo teológico. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.
- La Iglesia autorreferencial cae en la mundanidad espiritual, vive en sí, de sí y para sí.
- El Papa deberá ser un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de “la dulce y confortadora alegría de la evangelizar”, recordando a Pablo VI.
No me cabe duda que este proceso evangelizador, en salida y para servir a todos los hombres lo está viviendo la Iglesia, con diferencias notables de ardor y de ritmo en sus miembros, pero con inocultable “convicción y tenacidad”, gracias al ejemplo, las palabras, los gestos y las prioridades del Papa Francisco. Aquel “programa” se ha plasmado en las claves de sus años como obispo de Roma:
- La conversión del corazón, como la dinámica esencial para las personas y para la institución eclesial. Conversión para volver al primer amor, para descubrir que lo verdaderamente importante e imprescindible es la persona de Jesucristo y su Buena Noticia. Conversión que supone humildad para reconocernos pecadores y sedientos de gracia, antes que merecedores por nuestros méritos y pergaminos.
- La misericordia, como eje para entender el mundo, establecer las relaciones con Dios y entre los hombres, como juicio para orientar nuestras acciones. Una clave que nos cuesta asumir, más preocupados por la paja en el ojo ajeno que por la viga en el propio….
- Una Iglesia como hospital de campaña, en el campo de batalla donde los seres humanos sufren, sueñan, gozan, esperan. Saliendo de la seguridad de la fortaleza de las minorías iluminadas para compartir con sencillez y compromiso la suerte de toda la Humanidad.
- La denuncia de un sistema mundial que excluye y mata (la globalización de la indiferencia) y la propuesta de crear las condiciones para la defensa de la Casa Común, porque “hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración”[5]
Estas cuatro claves, bien arraigadas en el “programa pre-cónclave” y desarrolladas en su magisterio, demuestran la profundidad de los procesos iniciados y del vasto alcance que denotan. Ante dicha profundidad y dicho alcance, ¿alcanzarían cinco años? Por supuesto que el vaso no está lleno (¿podría estarlo?), pero conviene tener presente el vino que se está sirviendo, nada menos que la persona de Jesús, y la sencillez con la que se hace, buscando convencer, favorecer el cambio de corazones y mentalidades, ampliando las miradas sobre lo que significa ser cristiano hoy, en este mundo plural y complejísimo del siglo XXI. Por ello es muy oportuna la palabra expresada hace pocos días por el cardenal Rodríguez Madariaga, coordinador del Grupo de cardenales que asesora al Papa Francisco en el proceso de reformas. Decía el arzobispo de Tegucigalpa que Francisco está decidido a que dicho proceso sea irreversible, aunque lleve tiempo, porque “en la Iglesia hay siempre un diálogo entre tradición y novedad y esto toma tiempo”. Más que un cambio de organigrama o incluso de normativas, el proceso iniciado en 2013 apunta un cambio en los corazones de las personas, particularmente de los consagrados, una verdadera conversión. Con enorme poder de síntesis, Rodríguez Madariaga resume el don que Francisco supone para la Iglesia (y para toda la Humanidad): “una corriente de aire fresco, de sencillez, humildad, pobreza y, sobre todo, Evangelio”. Un magisterio tan profundo y a la vez, tan sencillo”. [6]
Para comprender estos cinco años, es clave entender una dinámica (iniciar procesos), una dirección (la vuelta radical a Jesús y a su Evangelio) y un programa: conversión, misericordia, hospital de campaña, globalización de la fraternidad y solidaridad. Dinámica, dimensión y programas audaces… o peligrosos. Un Papa “diferente”, libre, con enorme experiencia pastoral que sacude costumbres, conciencias y pensamientos. Que asume una causa “molesta”, la de los refugiados, y la muestra con toda crudeza en Lampedusa. Que pretende avanzar en un sano discernimiento, para estar cerca de los hombres y mujeres reales (no ideales) y debe afrontar furibundos ataques que dudan de su “ortodoxia”. Que aboga por una ecología integral y crítica del endiosamiento del dinero, ganándose poderosos enemigos entre los popes de la economía mundial. Que pone a los pobres en el centro de la Historia –como están en el centro del corazón de Dios-, confiando en el poder transformador de su participación en la construcción de la Casa Común. Que denuncia sin problemas el fariseísmo, el clericalismo, el rigorismo y la obsecuencia en la que solemos caer los cristianos en la Iglesia. Que apuntala, en cuerpo y alma, el camino del ecumenismo, pidiéndole a su hermano, el patriarca de Constantinopla, que lo bendiga y conmemora con los hermanos luteranos los 500 años de la Reforma, en un clima de fraternidad y reconciliación. Cada una de estas iniciativas supuso, supone y supondrá grandes costos para Francisco, blanco de calificativos desdeñosos: populista, maquiavélico, poco claro, filomarxista, contrario a la Tradición, etc. No es poco y es bueno tenerlo presente, porque el camino abierto en este “proceso franciscano” es apasionante pero nada sencillo.
Asomados al sexto año de su pontificado, podemos vislumbrar algunos senderos a transitar, confirmados en la fe por el sucesor de Pedro:
- Percibir y amar una Iglesia cada vez más universal, es decir más polifónica y con la fe encarnándose en diversos formatos culturales, sin perder unidad. Asumir sin complejos que “el modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad.”[7] Los comentarios “uniformantes”, basados en una sensibilidad y una concreción cultural específica con pretensiones totalizadoras, o las apelaciones sin matices a una “tradición” (con minúscula) deben seguir dejando paso a una pluralidad formal que no nos desvíe de lo esencial, el encuentro con el Señor. Fruto de este proceso será la concreción de una creciente sinodalidad y un consiguiente menor centralismo romano, que terminará fortaleciendo la misión de la Iglesia de Roma, “presidir en la caridad”
- Una reducción efectiva del clericalismo, que necesariamente va de la mano con el despliegue de espacios para la consulta, la discusión fraterna, la corresponsabilidad de todos los bautizados/as, porque el objetivo del “diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos (…) no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos”[8]. Por ejemplo, un mejor proceso de selección de párrocos y obispos.
- Un progresivo desarrollo y confianza en el discernimiento para comprender la realidad, orientar la recta conciencia, transitar caminos y acompañar situaciones. En el citado encuentro de Francisco con los jesuitas en Santiago de Chile, el Papa fue enfático en este punto: “Creo que una de las cosas que la Iglesia más necesita hoy, y esto está muy claro en las perspectivas y en los objetivos pastorales de Amoris Laetitia, es el discernimiento. Nosotros estamos acostumbrados al «se puede o no se puede» (…) Si ustedes dan una ojeada al panorama de las reacciones que suscitó Amoris Laetitia, van a ver que las críticas más fuertes contra la Exhortación son sobre el capítulo octavo: un divorciado ¿«puede o no puede tomar la comunión?». Y Amoris Laetitia, en cambio, va por otro lado totalmente distinto, no entra en estas distinciones y pone el problema del discernimiento. Que ya estaba en base en la moral tomista clásica, grande, verdadera. Entonces el aporte que querría de la Compañía es el de ayudar a la Iglesia a crecer en el discernimiento. Hoy la iglesia necesita crecer en discernimiento.”[9] Avanzar y promover el discernimiento es favorecer la mayoría de edad de los cristianos, del Pueblo de Dios, algo que nos hará muy bien a todos.
- Conectar, con la mayor prontitud y delicadeza posibles, con las aspiraciones de las mujeres, el respeto y la promoción de sus derechos, otorgándoles un papel destacado en la vida de la Iglesia, en sus ámbitos de discernimiento y de decisión, para disfrutar tanta riqueza que no está siendo aprovechada plenamente.
- Aumentar la empatía concreta con las víctimas de la pedofilia causada por hijos de la Iglesia, ponerlos claramente en el centro de los procesos de reparación, justicia, sanación y reconciliación, y reducir los tiempos e instancias para eventuales condenas.
- Animar la construcción de modelos sociopolíticos, económicos y culturales que puedan proponer un estilo de vida diferente al consumismo despilfarrador de algunos y a la exclusión perpetua de millones de personas. Un estilo sobrio, cuidadoso de las personas y de los recursos naturales, donde prime la fraternidad, el compartir los peces y los panes para que nadie quede fuera de la mesa común. Para que el grito del Papa Francisco, la voz de los pobres, los descartados, los excluidos, los migrantes, los que sobran, no quede en una mera denuncia, sino que se concrete en opciones viables –técnicamente sólidos y moralmente lícitos- para un mundo más justo y solidario.
Volvemos al principio. El impacto del Papa Francisco ha sido innegable en estos cinco años, como también la variedad y disparidad de miradas sobre su pontificado. Gran comunicador, su figura ha atraído a muchos, por diversas razones. Muchas veces nos hemos quedado enamorados de un personaje y cuando éste no se ajusta a nuestro libreto puede decepcionarnos. Al propio Jesús le pasó: muchos de sus seguidores lo abandonaron, especialmente cuando les propuso la opción de una conversión radical al Evangelio. Como en tantos momentos de la vida de la Iglesia, un hombre libre es un Papa molesto, que cuestiona comodidades, carrerismo, el “aquí se hizo siempre así”, protocolos; que se anima a decir que la esencia del cristianismo son las Bienaventuranzas y Mateo 25, es decir la concreción de un mensaje en acciones concretas; que pone en el centro a los pobres, los preferidos del Señor; que pretende simplemente que se lo recuerde como “un buen tipo, hizo lo que pudo, no fue tan malo”[10]. Monseñor Gustavo Carrara, alguien que conoce muy bien al Papa, afirmó frente a este quinto aniversario: “Bergoglio no es perfecto, pero es profundamente cristiano”[11]. Allí está el valor de su presencia, la raíz de los cuestionamientos a su persona y el desafío para todos los que intentamos seguir, pese a ser pecadores, a Jesús de Nazareth. Por eso, como el propio Francisco nos pide constantemente, sigamos rezando por él.
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[1] Civitta Católica, edición iberoamericana, febrero de 2018
[2] Evangelii Gaudium, 223
[3] Ibidem
[4] Ibidem
[5] Laudato Sii, 202
[6] La Vanguardia, Barcelona, 9 de marzo de 2018
[7] EG, 236
[8] Ibídem, 31
[9] La Civitta Catolica, op.cit.
[10] La Vanguardia, Barcelona, 13 de junio de 2014
[11] Vida Nueva, nº 3074