(María de la Válgoma-Profesora de Derecho Civil en la Universidad Complutense de Madrid) Pese al título, no voy a hablarles de una subasta de arte, ni de otro tipo, sino de la campaña electoral. ¿Dónde podríamos ir los sufridos ciudadanos de a pie a solicitar que se suprimieran, si es posible por decreto-ley, las campañas electorales? ¿Se imaginan poder ir a las elecciones, el día 9 de marzo, sin que hubiera precedido toda esta sarta de estupideces, este rosario de sandeces sin fin, los insultos de unos y otros, las promesas que nunca se cumplirán? Qué tranquilidad, qué paz.
Que un partido ofrece dos millones de empleos, el otro ofrecerá dos millones doscientos mil. “¿Hay quien dé más?”, dice la persona que dirige la subasta mirando por encima de sus gafas a la sala. “A la de una, a la de dos, a la de tres… dos millones doscientos. Adjudicado para el caballero de la fila tercera”. ¿Que uno dice que va a bajar los impuestos? Pues el otro dirá que va a lanzar billetes a diestro y a siniestro, como si se tratara de una piñata. ¿Acaso son suyos los bienes que subastan? Si así fuera, comprendería la alegría con la que disponen de ellos, pero que no se olviden nuestros políticos de que no son suyos, sino de todos, que el Gobierno de España no está –o no debería estar– en venta.
Por edad pertenezco a la cultura que no dejaría nunca de votar (aún recuerdo la emoción de las primeras elecciones, aquel inolvidable 15 de junio de 1977). Por mi condición de mujer, me siento moralmente obligada a hacerlo, porque, para que yo votara, muchas mujeres se jugaron –y perdieron– literalmente la vida. Pero existe el voto en blanco, mi gran tentación hoy. ¿Aún les extraña que los jóvenes se abstengan? Si los políticos mienten, nos tratan como imbéciles, y se insultan, es decir, si no se respetan a ellos mismos, ni nos respetan a nosotros, ¿cómo pretenden que lo hagamos los demás? Necesitamos con urgencia políticos dignos y serios.