La Vida Religiosa está al frente de la pastoral de la discapacidad a través de proyectos en el ámbito tanto educativo como residencial. Es otra frontera. Otra pastoral de los descartados: la de la discapacidad. Y allí, de nuevo, la Vida Religiosa se hace presente. Diversas congregaciones en España cuidan de los enfermos. De ellas, muchos permanecen al cuidado de la discapacidad, capacitando para amar, cuidando de lo visible y lo invisible.
En este lugar se sitúan desde hace más de un siglo las Hermanas Hospitalarias, que en 1881 nacieron en Ciempozuelos con un objetivo claro: dar respuesta a la situación de abandono sanitario y exclusión social de las mujeres con enfermedad mental de la época, aunando dos criterios fundamentales: caridad y ciencia. En la actualidad, en 13 de sus 21 centros repartidos por toda España atienden a 2.185 personas con discapacidad intelectual y diversidad funcional, cubriendo tanto el ámbito educativo como el residencial. Las hermanas apuestan por “un modelo de atención y cuidados dirigido a promover su autonomía, luchar por el reconocimiento de sus derechos, y por fomentar su inclusión en la sociedad”, según explican.
Desde Tenerife, Isabel Santamaría, superiora del Complejo Acamán, relata su realidad. “Tratamos de dar respuesta a unas 200 personas con diversidad funcional, pero no solo a ellos, también a sus familias y, al mismo tiempo, en diálogo con el entorno social, ofrecemos una atención integral que sitúa a la persona en el centro de nuestro servicio”, cuenta la religiosa. Para ello, “partimos no de su discapacidad y sí de sus posibilidades facilitando su autonomía personal y su integración social y laboral”, añade. Según sus palabras, “la Vida Religiosa está llamada a mostrar el rostro amoroso de Dios Padre a todos los hombres, sus hijos, y, de manera especial, a aquellos más frágiles y vulnerables”.
De las Hospitalarias a San Juan de Dios
Otra de las congregaciones con experiencia en esta pastoral es San Juan de Dios. En el área de la discapacidad intelectual, el Servicio de Atención Espiritual y Religiosa (SAER) de la orden busca “iniciar procesos de crecimiento y maduración personal en el ámbito de la experiencia espiritual y religiosa, estableciendo cauces que estimulen la participación, que sea integradora e impulse su autonomía según su capacidad y características individuales, explican. Así, continúan: “La persona con discapacidad intelectual debe formar parte activa en el desarrollo de su propio crecimiento, por lo que nuestras acciones van encaminadas a que se sientan partícipes y protagonistas de su propia vida”.
Desde el Centro SJD Valladolid, Lourdes Casas, responsable de Pastoral de la Provincia de Castilla, explica el proyecto que presta apoyo a más de 300 personas a través de un colegio de educación especial, un centro de día, tres centros ocupacionales, un centro especial de empleo, tres residencias y una red de viviendas. Para cumplir su misión de mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad y sus familias, desarrollan y adaptan programas a las nuevas necesidades de los usuarios: un trabajo que vienen haciendo desde hace 58 años. En su opinión, “la Vida Religiosa se sitúa en el marco de la atención integral como un derecho de la persona con discapacidad, respetando la pluralidad de opciones y las situaciones”.