En una sociedad que manosea y manipula de tantos modos las palabras, hasta vaciarlas a menudo de su verdadero contenido, decir que el Jueves Santo es el Día del Amor Fraterno puede sonar a frase hecha sin apenas consecuencias prácticas o, simplemente, entenderse como la expresión de un sentimentalismo indefinido e insustancial, ñoño y buenista, hacia el mundo que nos rodea.
Sin embargo, el Amor del que brota nuestro amor en el Jueves Santo es el que nos ha mostrado Aquel que, siendo Dios, se rebajó, se anonadó, se dejó triturar por nosotros y, resucitado, se deja comer (y maltratar) en un pedazo de pan y un poco de vino. Y ese amor no podrá ser fraterno sin un Padre común. No podemos ser hermanos si no somos antes hijos, y no podremos llamar Padre a Dios si no es movidos por el Espíritu Santo.
Desde esta experiencia de ser amados por Dios, un Dios hecho hombre que no nos ha amado en broma —como le escuchó decir santa Ángela de Foligno— recibimos el impulso y la fuerza para amar como Él nos amó a todos los demás hombres y, muy especialmente, a los más necesitados, a los que menos tienen, a los que más sufren, con la conciencia de que lo que a ellos hacemos, a Él se lo hacemos.
La Iglesia existe para prolongar la presencia de Cristo en la tierra y ser sacramento de salvación para todos los hombres. En una palabra, para evangelizar. Y, como afirma el Papa Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, “la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre”. Por lo tanto, no existe evangelización sin promoción humana; y no existe verdadera promoción humana sin evangelización.
Por eso, Cáritas es la misma Iglesia, no simplemente una institución de la Iglesia. Es la expresión organizada de la Madre Iglesia que se acerca, acaricia y ama, como la define el papa Francisco. Y como miembros de esa Iglesia, de esa Madre, la tarea de los que trabajamos en Cáritas consiste en estar con quien nadie quiere estar, como nadie quiere estar y cuando nadie quiere estar. Se trata de encontrarnos con Jesucristo en cada una de esas personas, amarlas y darles no solo nuestras cosas, sino nuestras personas y, ante todo, darles a Cristo. Por eso, Cáritas es más que una bolsa de alimentos; es más que dar ropa; es mucho más que ofrecer ayuda material. Es, sobre todo, acompañamiento, acogida, escucha, promoción personal y encuentro con Cristo. La ayuda material no puede ser nunca un fin en sí misma, sino un instrumento para la promoción integral de la persona.
Nuevos tiempos
Llamados al encuentro con Jesucristo resucitado en el mundo actual, cada vez más globalizado, más individualista y más apartado de Dios, en Cáritas Diocesana de Toledo afrontamos cada vez nuevos retos y nuevos desafíos, sintiéndonos continuamente llamados a analizar la situación de la sociedad en la que vivimos para dar mejor respuesta a las necesidades de nuestros hermanos. Hoy, Jueves Santo, recordamos que no se trata tanto de dar cosas a los pobres, sino de estar con ellos, darnos personalmente, acogerlos, comprenderlos y acompañarlos.
Tras el estudio realizado con motivo de nuestra reciente Asamblea Diocesana, hemos podido analizar los cambios experimentados por nuestra sociedad en los últimos años. Ante la crisis económica iniciada en 2007, Cáritas dio una respuesta excelente, rápida y eficaz ofreciendo ayuda de urgencia a todos; a los excluidos y más vulnerables, pero también a los nuevos pobres, a aquellas personas que nunca pensaron que llegarían a nosotros. La respuesta de Cáritas —de las parroquias, de los voluntarios o trabajadores y de la Iglesia en general— ha sido por ello reconocida y valorada por toda la sociedad.
Sin embargo, nuestros servicios de acogida y atención primaria ya no se encuentran, como hasta hace poco tiempo, desbordados para atender necesidades de subsistencia básica y buscar soluciones materiales de urgencia. Ya no es tan perentoria y urgente la necesidad de alimentos básicos. En cambio, existen múltiples demandas de formación, de vivienda, de integración laboral, de acompañamiento, de atención espiritual… Nuevas necesidades que requieren nuevas respuestas.
Por eso la Iglesia —Cáritas— debe salir al encuentro del que sufre no solo hambre de pan, sino de los que quedaron descartados en la cuneta a causa de la crisis y necesitan reintegrarse, o de los que padecen el sufrimiento de las crisis matrimoniales, de la violencia contra la mujer, del aborto, de la soledad, de la falta de sentido de la vida, del empleo precario … Este es el sentido de la puesta en marcha, durante este curso pastoral, del Proyecto Diakonía al servicio de la caridad.
Para esta hermosa tarea, necesitamos la ayuda de todos. El servicio de la caridad no es un empeño de unos pocos, sino que los que asumimos algunas tareas de esta misión de toda la Iglesia, lo hacemos en nombre de la comunidad cristiana y enviados por ella. Necesitamos, pues, la cercanía, el apoyo y la ayuda de tantos hermanos nuestros, cada uno desde su situación y capacidad: promoviendo acciones solidarias, participando en tareas concretas o promocionando las actividades de Cáritas en la parroquia, el centro de trabajo, el grupo de amigos, el ocio y la cultura. En un tiempo en el que las subvenciones descienden significativamente y tienden a desaparecer, penalizados en tantos proyectos por las administraciones públicas por nuestro carácter confesional, necesitamos de la ayuda personal, económica e imaginativa de todas las personas de buena voluntad, pero especialmente de los miembros de la comunidad cristiana.
Jueves Santo, tiempo de amar, tiempo de caridad. Una vez más, se nos pide poner en funcionamiento “una nueva imaginación de la caridad” para seguir dando respuesta a las necesidades del hombre de hoy. ¿Nos acompañas?