¿Qué es rezar? ¿Por qué rezar, cuándo rezar y qué rezar? Sobre todo, ¿para qué rezar? También me pregunto si todavía hay gente que reza en este mundo donde aparentemente no hay lugar para Dios. No son preguntas teóricas o especulativas. Me las estoy haciendo de verdad, desde el fondo de mi corazón.
Comencé a plantearme estas preguntas cuando el avión tomó velocidad para emprender el vuelo y mis dos vecinos rezaron. Lo sé porque lo exteriorizaron dándose la bendición, y me fijé que otros pasajeros lo hicieron. Yo también lo hice, como siempre lo he hecho. Sin hacerme preguntas. Sencillamente, porque desde niña lo aprendí y no he tenido razones para abandonar la costumbre.
Digo rezar en lugar de orar porque me parece menos solemne, de más bajo perfil. Aunque supongo que es lo mismo. Y, a propósito, ¿cómo no recordar la definición del catecismo del padre Astete? A la pregunta ¿qué es orar?, respondía el catecismo: “Orar es elevar el corazón a Dios y pedirle mercedes”. Bueno, pedirle cualquier cosa. Porque hace rato que las mercedes dejaron de ser parte del vocabulario habitual.
Agradecimiento, perdón, alabanza…
Ahora bien, al padre Astete se le olvidó incluir otros tipos de oración que los especialistas distinguen: además de la oración de petición, las oraciones de agradecimiento, de perdón, de alabanza y de bendición. Parientas de la oración son la meditación y la contemplación con sus correspondientes verbos: meditar y contemplar.
Ahora bien, para mí, todo es rezar y, eso sí, cada quién tiene su propio modo. También cada circunstancia plantea una distinta manera de hacerlo. En todo caso, siguiendo al padre Astete y traduciéndolo a mis palabras, rezar es hablar con Dios, respondiendo así a mi primera pregunta.
Pero volviendo a las otras preguntas iniciales –¿por qué rezar, cuándo rezar y qué rezar?, ¿para qué rezar?, ¿quién reza?–, intentaré responderlas desde mi propia experiencia y mi propia circunstancia. Rezo porque creo y siento que vale la pena rezar, es decir, hablar con Dios, sentir su cercanía, comunicarse con él, abrir una ventana hacia la trascendencia para aprender a mirar la realidad con la mirada de Dios –que es la que Jesús nos mostró– y dejarse transformar por esa mirada, como se dejó transformar Zaqueo, ese hombre de corta estatura que decidió ser solidario y honesto cuando Jesús lo miró.
Sin fórmulas ni horarios
Puedo rezar en compañía y para eso voy a misa, o puedo rezar sola, sin ceñirme a un horario ni a fórmulas establecidas. Como también puedo rezar con palabras prestadas que la educación religiosa familiar puso en mis labios y en mi corazón –como el “ángel de la guarda” de mi infancia y el rosario– o las que la tradición eclesial me ofrece, tales como los salmos o la oración que Jesús nos enseñó. Y rezo para pedirle a Dios que transforme mi corazón –como se lo transformó a Zaqueo– para poder amar y saber amar: no le pido que cambie la realidad y por eso no pido milagros, sino que le pido que yo sea capaz de cambiar la realidad.
Le pido a Dios por mis hijos y mis hijas, por mis nietos y mis nietas: le pido todos los días que “no los desampare ni de noche ni de día” y, cuando rezo por ellos y por ellas, creo poder transmitirles la fortaleza y la entereza que necesitan para enfrentar la realidad de cada día, al mismo tiempo que los bendigo, que es lo mismo que desear para ellos y ellas el bien, con todo lo que implica en la práctica.
Finalmente, ¿quién reza en el siglo XXI? En el siglo XXI y en todos los tiempos rezan y rezamos quienes experimentamos la necesidad de contar con Dios, de buscar el sentido, de querer ser mejores personas, pero también desde la dificultad o la inseguridad, cuando sentimos que Dios es el único que nos puede ayudar. Por eso, hoy y siempre, yo rezo, tú rezas, él y ella rezan, nosotros rezamos de diferentes maneras y por diversos motivos.